-¿Ouch? –pregunta
indignada, abro los ojos, es Gabriela.
-Ay… ¡perdón!
–Digo, y la abrazo, ella me devuelve el gesto con una sola mano.-Lo siento, en
verdad, lo siento… lo siento, lo siento –digo saltando enfrente de ella.
-Está bien, no te
preocupes, debí de llamarte… que buena mano tienes, Alice –dice acariciando una
vez más su mejilla, hago un mohín-. No, de verdad, yo tuve la culpa. No vuelvas
a decir lo siento.
-Lo siento –digo
sin querer y ella sonríe con más color en una mejilla que en la otra-. Estoy un
poco nerviosa –me excuso, nerviosa y siento aprensión.
-¿Por qué?
–pregunta, me encojo de hombros, ella vuelve a tomar mi mano y comenzamos a
caminar. Sí, caminar esta mejor que hablar. Miro hacia arriba y veo el cielo
estrellado, el viento está más tibio aquí.- Te sientes así porque parece que
todos muestran interés en ti –responde y la miro con el ceño fruncido.
No sé… no sé si
llamarle interés, pero no me gusta que todos me miran de arriba abajo o sonríen
y algo les cruza por los ojos.
-Se portan así
contigo porque no los conoces y no podemos negarlo, Alice, eres demasiado
guapa.- Continua-, muy peculiar, como dijo Alexander.
-Él se refería a
la inscripción –digo señalando el collar.
-Ese cabrón se
refería a todo menos a la inscripción –sonrió por alguna razón.- Te caerá bien,
es buena persona.
No lo creo.
-Un poco raro,
pero tiene un sentido del humor muy cálido.
Puede.
-¿Iras al baile
de San Valentine? – pregunta cambiando de tema
-¿Baile de San
Valentine? –pregunto viéndola con el ceño fruncido.
-La escuela, toda la escuela – sonríe abiertamente
mientras me ve, sus ojos se le iluminan-, esta tapizada de córteles con
querubines y corazones, creo que hasta las animadoras harán lo de “San Valentine
de un Euro” –al escuchar esas palabras, un escalofrió me recorrió la columna
vertebral, y aunque quería mantener la expresión sería, decidí que lo mejor era
sonreír, así que lo hice.
-No creo ir… -comencé.
-Pero, ¿por qué?
– se quejó antes de que pudiera terminar de hablar y explicar por qué no podía
ir.
-Bueno… no tengo
con quien ir –comienzo mientras hago un ademan con la mano.
-¡Oh! De eso no
te preocupes, cuando digas: “Quiero ir al Baile de San Valentine”, habrá una
fila de cincuenta chicos haciendo de todo para que digas: “Contigo” – sonreí
ligeramente. No complacida, pero… sonreí, de todas formas.
-No es eso
–comienzo a explicarme-, no quiero salir con nadie…
-Ah… pues, ven
con Paris y conmigo, hemos ido a cientos de estos bailes y nunca con alguien
más, a él le encantara la idea de un trío.
Okay… eso fue tan
raro, pero me divirtió cuando rio.
-Pero, sí que
eres pervertida – sonreí.- Entonces… ¿qué dices?
-Sí, está bien,
pero nada de besos – digo, ella asiente y después camina con mi mano y da saltitos hacia atrás
llena de felicidad.
- Nos la pasamos
increíble – ríe y vuelve a girar para comenzar a bailar con una mano en el aire
mientras cantonea las caderas, de pronto se detiene y yo me acerco a ella,
estamos a dos metros de llegar a la estacionamientos.
-No, Fer –se
escucha una risa coqueta y yo me sonrojo.
¡Como odio cuando
se pasan de jóvenes! Para morirse de risa.
-Hay que
gritarles que se consigan un motel – propuso Gaby, me trague la risa lo que suena
como si me atragantara.
-Son mis padres
–dije en un susurro-, luego te los presento – la miro y trato de evitar que mis
ojos se vayan a la escena de la pared.- ¿Quieres que te lleve a alguna parte?
-A tu casa, no
espera… no gracias, Alice, vengo en coche, este… pero algún día me tendrás que
invitar a tu casa –dice.
-Ya, los ojos se
te salen –sonrió, me inclino para darle
un beso en la mejilla, vi como dio media vuelta despidiéndose una vez con la
mano y después salto hasta la esquina.
Suspire, gire
para tomar la mano de mi papá y caminar para adentro del estacionamiento,
cuando evite que se tragara la cara de mi mamá se escuchó algo así como de:
“¿pero qué coños…?” de parte de papá y después nada, excepto por la risa de mi
mamá.
-Me voy a dormir
–dije cuando llegamos a casa.
-Pero, si ni
hemos hablado, Alice –dice mi papá divertido-, tenemos que hablar de métodos
anticonceptivos y de… - azoto la puerta de mi cuarto y su carcajada se escucha,
sonrío, pongo mi mano sobre la boca para contener la risa.
Hablar sobre
métodos anticonceptivos, de hecho… nunca he hablado de sexo con mis padres, en
mi antigua escuela eran muy liberales y nos dieron un curso bastante extenso y explícito
sobre el tema.
Me metí a la cama
después de bañarme y me quede viendo el techo un buen rato.
Mañana sería el
primer día de otro mes… otro mes para mí.
Enero 31, 2011.
Sussan está
acostada en la cama, con los pies cayéndole de un lado y los ojos cerrados.
No me gusta
cuando cierra los ojos y no duerme. Me gusta ver sus ojos y que vea como le
pongo a los pies, el mundo entero.
¿Cómo Alice no
sería hermosa, si su madre lo es? Mi Sussan, mi Alice…
Me siento en la
cama porque sé que no le gusta cuando me aviento y me recuesto sobre su
vientre.
Esta tan delgada,
debe de haber bajado cinco o seis kilos desde hace dos meses cuando la noticia
nos llegó.
Siento los huesos
de sus caderas y el hueco en el abdomen.
Me duele tanto
verla tan delgada.
Alice también lo
está, sus manos están llenas de manchas por las canalizaciones, el cabello lo
tiene muy aplacado y se le cae mucho.
No sé cuál de las
dos se rindió o si fui yo el que se ha dado por vencido… Hemos sido Sussan y yo,
porque Alice nunca se rendirá, aunque la veo cerrar los ojos y ver más allá de
donde está su realidad. Daría todo porque alcanzará lo que ve con sus preciosos
ojos.
No sé qué ves,
hija, si tan sólo me dijeras, movería el Cielo y el Infierno, y te lo daría.
Alice ha
cambiado. Lo sé, ha crecido por dentro tanto. Su mirada es más profunda, ya no
duda, ya no me pregunta nada… como si la curiosidad se le hubiera esfumado para
concentrarse en vivir…
Me trago las
lágrimas.
Hoy la vi,
sonriendo con su amigo, sonreía como si
no le importara mañana, y corría por
aquella plaza iluminada acompañada por su juventud e inocencia. Amo los días,
cuando son así… con ella sonriendo y valiente frente a la Vida, como Alice…
Cierro los ojos y
las lágrimas me caen por las mejillas.
Cuanto deseo,
Alice, hija mía… verte la eternidad así, darte lo que quiera para que no te
lleve, que no te quite de mi lado, de nuestro lado pero eso nunca va a pasar.
-Fernando –
susurra Sussan, y me comienza a acariciar el cabello, yo aprieto los ojos y me
abrazo a sus caderas, me aprieto a ella.
-Lo he entendido,
Sussan –susurro con la voz quebrándose, delatando que estoy llorando.
-¿Qué?- susurra
ella también y sé que también llora.
-He entendido
porque todos las posibilidades existirán – ella se tensa.- Pero no quiero que
me dejen atrás las dos, no podría continuar… el destino nos llevará hasta donde
nos tenga que llevar, mi amor, pero juntos.
Febrero 1, 2011.
Abrí los ojos precipitadamente
por el sonido de mi alarma. Me queje y mientras negaba con la cabeza. Gire a la
cabeza y vi por las ventanas, estaba oscuro y en el cielo había unas cuantas estrellas.
Sentía un gran
peso en el pecho y la garganta cerrada, me sentía en pocas palabras deprimida y
con ganas de reírme como loca: histérica. Así que no quiero ir a la escuela.
Además quería pensar en mi mito preferido… la inmortalidad.
Vuelvo a cerrar
los ojos y me quedo dormida otra vez, media hora después se abre la puerta de
mi habitación.
-¿Linda?
–pregunta mi mamá en un susurro.
-¿Mmm? –respondo.
-¿No iras a la
escuela?
-Mmm- digo
mientras niego con la cabeza, me entierro más en las sabanas y en el edredón.
-Está bien –mamá
tiene la voz alegre, entra en la habitación y cierra las cortinas.
Me habré
levantado a las doce de la mañana, me arrastre al baño donde moje mi cara y
cepille mis dientes. Después de desayunar… almorzar con mis padres subí a mi
estudio, donde mire por las ventanas por dos horas e inconscientemente comencé
a rallar un lienzo en blanco con gises de colores que aunque se veían claros
daban la sensación de oscuridad.
Comenzó como una
venda sobre un rostro, de color negro y se fue definiendo como uno con una
barbilla fina, cabello hacia atrás de un tono marrón y unos labios pequeños y serios.
Tocaron levemente
la puerta de cristal.
-¿Alice?
–pregunto papá-, ¿puedo pasar?
-Sí –respondo
sonriendo, entra y me pone las manos en los hombros.
-¿Qué haces?
–pregunta y sé que frunce el ceño.
-No sé – digo
viendo fijamente el lienzo con el indefinido rostro femenino.
-Ya me tengo que
ir, linda… -dice suavemente y frunzo el ceño al tiempo que hago un mohín-, pero
dentro de dos semanas me tendrás aquí de nuevo –dice.
-Te vas un mes y
te quedas dos días –digo en un susurro, se nota mi molestia.
-Linda… -pidió,
niego…
-No importa –giro
y le abrazo por el torso como cuando era pequeña, no lloro porque finjo ser
fuerte y estar bien, siempre.- Dos semanas sólo son quince días.- El aire me va
dejando igual que todo… todo siempre me deja, lo bueno es que no me ve.
Papá también me
abraza y me estruja.
-¿Me acompañas a
la estación de trenes? –pregunta, asiento.
-Sólo me pongo
zapatos –me separo y veo como asiente.
Estoy descalza.
Corro escaleras
abajo y busco en mi clóset, lo primero que encuentro son un par de alpargatas
blancas con suela de mimbre, me encojo de hombros para calzarme una e irme
calzando la otra mientras bajo las escaleras. Pero el corazón me da un brinco
porque veo una melena castaña y un par de ojos azules cobalto que se iluminan
cuando me ven.
-¡Anthony! –grito
emocionada lazándome para abrazarlo, él ya tenía los brazos abiertos.
-Pero, ¿Qué te ha
pasado? –pregunta sonriendo.
-¿Por qué?
–frunzo el ceño.
-Estas broceada
–pongo los ojos en blanco -, y más alta –entorno las ojos y sonrió.
Mi padre se queda
casi toda la tarde, cuando falta una hora para las cuatro salimos con él, antes
me he bañado y arreglado porque… no puedo permanecer toda la tarde con pijama.
Como Anthony está
tecleando en la computadora como si su vida dependiera de ello, he decido
cambiarme en el baño, hasta los once nos desvestíamos y vestíamos o andábamos desnudos
por todas partes juntos, pero la
vergüenza llega a esa edad.
He escogido unas
mallas blancas, con un short de mezclilla deslavada que encontré perfectamente
doblado en el cajón de una de mis cómodas, también ahí encontré un cinto rojo
con un tejido de picos naranjas y amarillos. Una blusa blanca que es mínimo dos
tallas más grande de la que en verdad soy, color blanco y un suéter rojo con
triángulos, olas naranjas en un fondo azul, que termina justo donde el short
comienza.
Me veo en el
espejo y el brillo que me había robado del sol se comienza a esfumar.
Anthony ha puesto
música que suena un poco para pasarse el viaje de mota y en verdad que me
preocupa que haya comenzado a usarla para hacerlo.
Salgo del baño
para ponerme unos botines cafés con correas doradas y unos brazaletes de cuero
con grabados de bocas, me le quedo viendo a un anillo que estaba segura no
tenía, uno de una piedra negra con una base dorado opaco.
-Ya –digo, él
también se ha cambiado con unos jeans azules rotos de la rodilla y una camisa
azul marino.
Me ve abajo hacia
arriba.
-¿Qué? –pregunto
viéndome.
-Qué raro te
vistes –dice frunciendo un poco el ceño.
-¿Me veo mal?
–pues… yo me siento bien.
-Dije raro… raro
es diferente, diferente está bien… no, no te ves mal –dice y da un paso-. Te
compre algo –se comienza a sonrojar. Sí, mi primo Anthony es un asco para dar
regalos-, no es la gran cosa… pero… bueno de hecho es una baratija…
-Ya –digo
sonriendo-, dámelo –cierro los ojos y tiendo la mano, entonces escucho como
saca algo como una cadena que repiquetea contra sí misma, coloca el objeto
justo en el centro de mi palma, está muy liviano, medio abro un ojo y wow… -.
“Búscanos donde nuestras voces cantan” – lo tomo con las dos manos y los ojos
abiertos de par en par.
Es la réplica
perfecta del huevo en miniatura, de tres o cuatro centímetros de largo, los
tres triángulos en la parte de arriaba para unir a los pétalos dorados que
tienen grabado a Hogwarts en las tres caras.
-Tiene a Hogwarts
–dije frotando con el pulgar el grabado.
-Y se abre
–susurro, presionando la parte de abajo del huevo y volviendo a meter su mano a
su bolsa del pantalón igual que la otra -, obviamente es una perlita y no el
liquidito ese amarillo que apareció en la película… sí, este… es que… bueno yo…
lo vi y…
-Sí, esta
lindísimo –le ahorro la pena y lo abrazo pasando un brazo por su cuello y el
otro por los hombros, me rodeo los hombros y exhalo…
Sí, Anthony, a
todos les está costando trabajo.
Dejamos a papá en
la estación de trenes, lo esperamos en la plataforma hasta que el tren
desapareció, no eran ni las cinco de la
tarde cuando mamá nos pidió que la lleváramos a casa, al llegar Anthony mi
insistió que le mostrara el pueblo. Eran
las seis y media cuando llegamos al centro que ya estaba en el apogeo de los
alumnos que salían de los colegios y de algunos que otros turistas perdidos de
la realidad.
-Parece que
acabaran de salir –dice Anthony mientras ve pasar a un grupo de chicos con el
horrible uniforme caqui y camisa azul, pone cara de asco al ver el uniforme.
-Acaban de salir
–digo.
-¿Sales a las
seis, Alice? –aunque no exclama como debería, suena sorprendido.
-De hecho, salgo
a las seis y media… pero no está…
-¿¡A LAS SEIS Y
MEDIA!? –Esta vez sí que exclama-, y ¿qué hacen?
-Hay muchos
talleres, muchas clases y deporte… es creo que también un internado o algo
así…-dije viendo hacia adelante mientras hablaba, gire para verlo y ya no
estaba.- ¿Anthony? –pregunte, justo cuando me iba a girar se me lanzo, grite
porque quería que lo cargara, así que enredó sus piernas en mi cintura.- ¡Me
ahogaras! –grite y apretó más sus brazos a mi cuello.
-Así está bien,
no intentarás tirarme –ríe.
-Desgraciado.- Digo entrecortadamente y suelta la carcajada.
Comienzo a
caminar y me siento como Pipila pero en lugar de una roca inmensa sobre mi
espalda, al idiota de mi primo, que poético. Camine bastante, tal vez cincuenta
centímetros, hasta que solté sus piernas.
-Esto no funciona
–dije con voz estrangulada, me libero el cuello y me lleve una mano a la
garganta para tomar aire a la vez que ponía otra mano en mi rodilla.
-Pero que
exagerada eres –dijo riéndose, alce la mirada con el ceño fruncido, con la mano
en la rodilla le hice la única seña que se me ocurría-. Oh… gracias – y sonrió.
-Vamos… te llevo – comento dándome la espalda mientras su sonrisa seguía ahí en
sus labios, entonces di un salto a su espalda y me enrede como chango a ella.
Él se carcajeo,
abrazando mis piernas con sus brazos.
-Que liviana
estás… -se quejó, me encogí de hombros y clave mi quijada en su hombro.-
Entonces, te gusta la escuela –dijo, asentí-, ¿y es cara?
-No sé…
realmente, lo más probable es que sí.
-¿Hay muchos
alumnos?
-Como seiscientos
–él silbó y entonces se quedó pensativo.
-No creas que te
puedes hacer pasar por uno… -comienzo.
-Yo ya termine la
preparatoria, superdotada –dice burlón, pongo los ojos en blanco.
-¡Alice! –me
llama una voz emocionada a la derecha, miro hacia donde está la chica rubia y
de piel como de porcelana que me saluda sonriente: Laura, que peculiar se ve
con zapatillas y minifalda floreada… ah… por eso dice Anthony que me visto
rara.
Bajo de la espalda de Anthony y camino hacia
donde esta ella.
-¿Te fuiste de
pinta? –pregunta lanzándole miradas de acusación de mi primo que viene detrás de
mí.
-No… no fui a la
escuela –digo y medio giro para
señalarlo, me pasa un brazo por los hombros y sonríe conchudo -, él es mi
primo, Anthony, ella es mi amiga… Laura –sonreí, ella le tendió la mano… te he
de advertir que Anthony es un pulpo con la habilidad de convertir a sus dos
brazos en ocho y si tuviera ocho no sé por cuantos los podría multiplicar.
-Muchos gusto- le
sonrió educado.
Qué raro…
-¿Y qué haces?
-Salí con el
grupo, ¿no quieres venir?
-No.- Me apresuro
a decir y después niego viendo el suelo-, no… porque tengo que ir a la
lavandería… ¿Dónde hay una por aquí? –pregunto viéndola con mis ojos de eterna
confusión.
-Por aquí –dice
girando hacia la izquierda y me comienza a hacer señas para explicarme porque
calles caminar, le repito para confirmar que entendí y asiento.
Después nos
despedimos y caminamos por donde dijo pero nos metemos a un
restaurante-cafetería con bancos altos en la barra. Nos sentamos ahí, Anthony
pide una “limanada” que huele bastante bien, a hierba buena y menta y yo pido
una Coca-Cola con hielos mientras nos traen los sándwiches de pavo y de pollo,
mientras… compartimos unas papas fritas en espiral.
-¿No te caen
bien? –pregunta de pronto, giro la mirada hacia él y enarco una ceja, el traga
el bocado que tiene-. Tus compañeros, ¿no te caen bien? –Se explica.
-No les quiero
caer bien –respondo y miro la cesta de papas fritas.
-No te puedes
cerrar a la vida, Alice, no sabes que te puede pasar mañana…
-Sí… lo sé –digo
suspirando largamente y después sonriendo.
-¿Y? ¿Qué es lo
que no te gusta?
-Los chicos…
-Sí, ya sé que
eres lesbiana pero... –ahora lo interrumpen a él, la camarera nos deja los
platillos enfrente de nosotros y me guiña un ojo lleno de rímel, delineador y
sombra rojiza que hace a sus ojos verdes, unas gemas preciosas. Se retira
sonriéndome y moviendo un hombro.
Apretó los labios
y le lanzo una patata frita a la cara a Anthony, que ríe bajito y mirando su
comida.
-Jódete, Anthony
–me quejo mordiendo una pedacito de mi sándwich.
-¡Que iba a
saber! –exclama, alzando la mirada y los hombros, a la vez que me mostraba la
manos y una blanca sonrisa.
-No estaba
hablando de que los chicos no me atrajeran –digo viendo la comida y sé que me
veo cansada, pero es Anthony… me puedo ver así con él-, me refiero a que… no sé
–me encojo de hombros-, a que tal vez si me llegue a gustar uno y ¿qué pasará
cuando lo olvide?
-¿Cómo sabes que
lo vas a olvidar?
-¿Cómo sé qué no?
De todas formas… son sólo palabras al aire –explico encogiéndome de hombros-.
No me gusta nadie.
-¿Nadie? –Pregunta,
lo miro un segundo, me vuelvo a encoger de hombros-, siempre has sido muy
enamoradiza, Alice, alguien te ha de gustar –sonrío a mi comida-, ¿te acuerdas
cuando te gustaba Harry Potter…?
-Se llama Daniel
Radcliffe.
-Bueno… él,
después de te gustaba Rupert Grint y al final terminaste jurándole amor eterno
a Emma Watson.
-Estas alterando
los hechos – río.- Yo nunca le jure amor eterno a Emma Watson…
-Bueno… no
importa si lo has hecho, has cambiado mucho… así que ya no sé.
-No he sido yo la
que ha cambiado, Anthony, han sido las circunstancias de la vida las que han
cambiado –murmuro. Me toma el brazo y yo miro hacia otra parte, hacia la pared
donde está el cuadro Einstein con la burbuja de colores a su alrededor como el
humo de una pipa de tabaco.
-A mí me gustaría
enamorarme –dice, lo volteo a ver y se ríe.
-¿Qué?, ¿no lo
has hecho como cincuenta veces? –pregunto frunciendo el ceño.
-Como cien, pero
no me refiero a eso –dice, pongo los ojos en blanco-, ya sabes… enamorarme y
amar.
-Anthony, tienes
diecisiete… los adolescentes se quedan en enamorar y más cuando son como tú.
-Esas son
mentiras, sí estas cosas están hechas para nosotros…
-Ni si quieras
sabes cómo se llaman y hablas de ellas
cómo si fueran tuyas…
-Bueno: Amor y
sexo, ¿eso está mejor? –le sonrió.
-Sí, eso está
mejor.
-Parece que te
gusta torturar a la gente –dice-, ¿pero me dejas terminar de decirte?
-Okay.
-Me refiero a
abrazarla e ir despacio, conociéndola –dice, me suelta el brazo-. Me rompieron
el corazón hace tan poco–continua explicando-, mi plan de enamorarme en verdad
empezó hace como un mes y medio… y en verdad que quería quererla, gustarle más
allá de lo que siempre me gustan, pero ella me buscaba por esa fama.
-Y te dejo, después –dije, él asintió…
-Es algo que pasa
cuando te apresuras a creer que te podrán querer… que te podrán creer así de
fácil, como si lo que dijeran de ti no significara nada.
-Lo que digan de
ti no significa nada.
-Eso es en tu
caso, vives en tu burbuja que nadie se atreve a romper, pero si vivieras en la
realidad, si fueras como un adolescente común, sabrías que lo que dicen es más
importante de lo que crees.
-Pues enciérrate
en tu propia burbuja, no vayas por el mundo siendo común…
-Es que tú eres
un alíen y no te importa mucho…
-¿Y a ti sí?
-Algo –se encogió
de hombros-, pero no vivo de ello.
Suspira y se toca
las bolsas de los pantalones.
-Yo traigo dinero
–digo, comiendo.
-Yo también
–dice, me sonríe como si planeara algo-, ¿no te gustaría irte sin pagar?
–pregunta y enarca una ceja.
-¿Después tocamos
un timbre y salimos corriendo? –pregunto con sarcasmo sonriendo a la vez que
enarco una ceja.
-Okay… pero mejor
de un edificio de apartamentos para que todos se molesten. Ensancha su sonrisa,
la sonrisa se me desaparece.- Ya, come –dice.
¿De verdad nos
iremos sin pagar? ¿Y si algún otro día quiero regresar y comer aquí?
Muerdo el
sándwich, pero tira de mi mano y salimos corriendo. Mi puto primo es un
delincuente menor. Río por la calle mientras corremos, nos metemos en un
pequeño y estrecho callejón, y seguimos corriendo hasta que salimos a la
plazoleta donde hay una enorme iglesia.
Tomo aire, en la
mano todavía tengo el sándwich de pavo, tengo el rostro sonrojado pero no por
la carrera si no por la risa que tengo atragantada. Me enderezo, pongo una mano
sobre el estómago y comienzo a carcajearme, tapo mi boca pero sigo riendo.
-¿Pero qué te
pasa? –dice él también riéndose.
-Tenemos que
regresar a pagar -digo aun riéndome.
-No, tenemos que
buscar el edificio de apartamentos.
-No he visto
ninguno aquí…
-Me has dicho que
apenas has salido de casa este fin de semana, seguro que no has visto mucho de
este pueblito.
-Lo más seguro es
que no haya mucho que ver.
-No lo creo, tal
vez aquí encuentres ese misterio que tanto querías –me dice sonriendo.
-Eso era cuando
tenía como siete años, Anthony.
-¿También lo has
olvidado?
-No…
-Si hasta
parecías Sherlok Holmes –dice, pongo los ojos en blanco-, anda, prima, sonríe
–sonrío, de verdad que lo hago, y él me regresa la sonrisa.- Vamos a comprar un
helado.
Me señala lo que
parece un puesto ambulante con techo de teja roja y dos pizarrones negros a los
costados con letras escritas a gises de colores brillantes y vibrantes, en
ambos lados tenía escrito “Helados Ecológicos”, enarque las cejas… pero me
acerque con mi primo, mientras tiraba en un contenedor el sándwich, eso iba a
estar rondando mi consciencia hasta el fin de mis días: tirar comida.
Pasamos a lado de
la iglesia y llegue a sentir el frio del interior junto con el olor a incienso,
ese olor…
Vi las pizarras
mientras él ya pedía, tenía nombres de frutas seguidos de la palabra “helado”…
“manzana, helado”, “pera, helado”…
-Quiero un
“manzana, helado” –dije enarcando una ceja, el joven asintió y me entrego una
manzana fría con una servilleta café y una cuchara de madera, le quite lo que
podríamos llamar la tapa y metí la cucharada al helado blanco que había
absorbido todo el sabor de la manzana. Realmente que sabía bien.
Anthony le pago y
dejo el helado de pera sobre lo vitrina.
-Oye, Alice, ¿me
puedes esperar aquí un segundo? –pregunto, viendo hacia enfrente, medio me gire
para ver a quien veía.
Bueno… supongo
que Laura va a tener que ser fuerte…
salvo que en verdad, Anthony, quiera cambiar y dejar de ser promiscuo… ¡un
Anthony no promiscuo! Y después… ¿Qué será?, ¿un Anthony graduado en medicina?,
¿¡uno con doctorado!?
-Sí, aquí espero
– digo comiendo más helado.
Wow… que bien
sabe.
Me pongo a
juguetear con el Iphone para comenzar a matar cerdos verdes.
-Que rico –dice
alguien detrás de mí, giro porque la voz es fácil de reconocer, sonrío.
-Hola, Jamie
–digo.