lunes, 24 de junio de 2013

Contando desde Seis IV.



-¿Ouch? –pregunta indignada, abro los ojos, es Gabriela.
-Ay… ¡perdón! –Digo, y la abrazo, ella me devuelve el gesto con una sola mano.-Lo siento, en verdad, lo siento… lo siento, lo siento –digo saltando enfrente de ella.
-Está bien, no te preocupes, debí de llamarte… que buena mano tienes, Alice –dice acariciando una vez más su mejilla, hago un mohín-. No, de verdad, yo tuve la culpa. No vuelvas a decir lo siento.
-Lo siento –digo sin querer y ella sonríe con más color en una mejilla que en la otra-. Estoy un poco nerviosa –me excuso, nerviosa y siento aprensión.
-¿Por qué? –pregunta, me encojo de hombros, ella vuelve a tomar mi mano y comenzamos a caminar. Sí, caminar esta mejor que hablar. Miro hacia arriba y veo el cielo estrellado, el viento está más tibio aquí.- Te sientes así porque parece que todos muestran interés en ti –responde y la miro con el ceño fruncido.
No sé… no sé si llamarle interés, pero no me gusta que todos me miran de arriba abajo o sonríen y algo les cruza por los ojos.
-Se portan así contigo porque no los conoces y no podemos negarlo, Alice, eres demasiado guapa.- Continua-, muy peculiar, como dijo Alexander.
-Él se refería a la inscripción –digo señalando el collar.
-Ese cabrón se refería a todo menos a la inscripción –sonrió por alguna razón.- Te caerá bien, es buena persona.
No lo creo.
-Un poco raro, pero tiene un sentido del humor muy cálido.
Puede.
-¿Iras al baile de San Valentine? – pregunta cambiando de tema
-¿Baile de San Valentine? –pregunto viéndola con el ceño fruncido.
-La escuela,  toda la escuela – sonríe abiertamente mientras me ve, sus ojos se le iluminan-, esta tapizada de córteles con querubines y corazones, creo que hasta las animadoras harán lo de “San Valentine de un Euro” –al escuchar esas palabras, un escalofrió me recorrió la columna vertebral, y aunque quería mantener la expresión sería, decidí que lo mejor era sonreír, así que lo hice.
-No creo ir… -comencé.
-Pero, ¿por qué? – se quejó antes de que pudiera terminar de hablar y explicar por qué no podía ir.
-Bueno… no tengo con quien ir –comienzo mientras hago un ademan con la mano.
-¡Oh! De eso no te preocupes, cuando digas: “Quiero ir al Baile de San Valentine”, habrá una fila de cincuenta chicos haciendo de todo para que digas: “Contigo” – sonreí ligeramente. No complacida, pero… sonreí, de todas formas.
-No es eso –comienzo a explicarme-, no quiero salir con nadie…
-Ah… pues, ven con Paris y conmigo, hemos ido a cientos de estos bailes y nunca con alguien más, a él le encantara la idea de un trío.
Okay… eso fue tan raro, pero me divirtió cuando rio.
-Pero, sí que eres pervertida – sonreí.- Entonces… ¿qué dices?
-Sí, está bien, pero nada de besos – digo, ella asiente y después  camina con mi mano y da saltitos hacia atrás llena de felicidad.
- Nos la pasamos increíble – ríe y vuelve a girar para comenzar a bailar con una mano en el aire mientras cantonea las caderas, de pronto se detiene y yo me acerco a ella, estamos a dos metros de llegar a la estacionamientos.
-No, Fer –se escucha una risa coqueta y yo me sonrojo.
¡Como odio cuando se pasan de jóvenes! Para morirse de risa.
-Hay que gritarles que se consigan un motel – propuso Gaby, me trague la risa lo que suena como si me atragantara.
-Son mis padres –dije en un susurro-, luego te los presento – la miro y trato de evitar que mis ojos se vayan a la escena de la pared.- ¿Quieres que te lleve a alguna parte?
-A tu casa, no espera… no gracias, Alice, vengo en coche, este… pero algún día me tendrás que invitar a tu casa –dice.
-Ya, los ojos se te salen –sonrió,  me inclino para darle un beso en la mejilla, vi como dio media vuelta despidiéndose una vez con la mano y después salto hasta la esquina.
Suspire, gire para tomar la mano de mi papá y caminar para adentro del estacionamiento, cuando evite que se tragara la cara de mi mamá se escuchó algo así como de: “¿pero qué coños…?” de parte de papá y después nada, excepto por la risa de mi mamá.
-Me voy a dormir –dije cuando llegamos a casa.
-Pero, si ni hemos hablado, Alice –dice mi papá divertido-, tenemos que hablar de métodos anticonceptivos y de… - azoto la puerta de mi cuarto y su carcajada se escucha, sonrío, pongo mi mano sobre la boca para contener la risa.
Hablar sobre métodos anticonceptivos, de hecho… nunca he hablado de sexo con mis padres, en mi antigua escuela eran muy liberales y nos dieron un curso bastante extenso y explícito sobre el tema.
Me metí a la cama después de bañarme y me quede viendo el techo un buen rato.
Mañana sería el primer día de otro mes… otro mes para mí.

Enero 31, 2011.

Sussan está acostada en la cama, con los pies cayéndole de un lado y los ojos cerrados.
No me gusta cuando cierra los ojos y no duerme. Me gusta ver sus ojos y que vea como le pongo a los pies, el mundo entero.
¿Cómo Alice no sería hermosa, si su madre lo es? Mi Sussan, mi Alice…
Me siento en la cama porque sé que no le gusta cuando me aviento y me recuesto sobre su vientre.
Esta tan delgada, debe de haber bajado cinco o seis kilos desde hace dos meses cuando la noticia nos llegó.
Siento los huesos de sus caderas y el hueco en el abdomen.
Me duele tanto verla tan delgada.
Alice también lo está, sus manos están llenas de manchas por las canalizaciones, el cabello lo tiene muy aplacado y se le cae mucho.
No sé cuál de las dos se rindió o si fui yo el que se ha dado por vencido… Hemos sido Sussan y yo, porque Alice nunca se rendirá, aunque la veo cerrar los ojos y ver más allá de donde está su realidad. Daría todo porque alcanzará lo que ve con sus preciosos ojos.
No sé qué ves, hija, si tan sólo me dijeras, movería el Cielo y el Infierno, y te lo daría.
Alice ha cambiado. Lo sé, ha crecido por dentro tanto. Su mirada es más profunda, ya no duda, ya no me pregunta nada… como si la curiosidad se le hubiera esfumado para concentrarse en vivir…
Me trago las lágrimas.
Hoy la vi, sonriendo con su amigo,  sonreía como si no le importara mañana,  y corría por aquella plaza iluminada acompañada por su juventud e inocencia. Amo los días, cuando son así… con ella sonriendo y valiente frente a la Vida, como Alice…
Cierro los ojos y las lágrimas me caen por las mejillas.
Cuanto deseo, Alice, hija mía… verte la eternidad así, darte lo que quiera para que no te lleve, que no te quite de mi lado, de nuestro lado pero eso nunca va a pasar.
-Fernando – susurra Sussan, y me comienza a acariciar el cabello, yo aprieto los ojos y me abrazo a sus caderas, me aprieto a ella.
-Lo he entendido, Sussan –susurro con la voz quebrándose, delatando que estoy llorando.
-¿Qué?- susurra ella también y sé que también llora.
-He entendido porque todos las posibilidades existirán – ella se tensa.- Pero no quiero que me dejen atrás las dos, no podría continuar… el destino nos llevará hasta donde nos tenga que llevar, mi amor, pero juntos.

Febrero 1, 2011.

Abrí los ojos precipitadamente por el sonido de mi alarma. Me queje y mientras negaba con la cabeza. Gire a la cabeza y vi por las ventanas, estaba oscuro y en el cielo había unas cuantas estrellas.
Sentía un gran peso en el pecho y la garganta cerrada, me sentía en pocas palabras deprimida y con ganas de reírme como loca: histérica. Así que no quiero ir a la escuela. Además quería pensar en mi mito preferido… la inmortalidad.
Vuelvo a cerrar los ojos y me quedo dormida otra vez, media hora después se abre la puerta de mi habitación.
-¿Linda? –pregunta mi mamá en un susurro.
-¿Mmm? –respondo.
-¿No iras a la escuela?
-Mmm- digo mientras niego con la cabeza, me entierro más en las sabanas y en el edredón.
-Está bien –mamá tiene la voz alegre, entra en la habitación y cierra las cortinas.
Me habré levantado a las doce de la mañana, me arrastre al baño donde moje mi cara y cepille mis dientes. Después de desayunar… almorzar con mis padres subí a mi estudio, donde mire por las ventanas por dos horas e inconscientemente comencé a rallar un lienzo en blanco con gises de colores que aunque se veían claros daban la sensación de oscuridad.
Comenzó como una venda sobre un rostro, de color negro y se fue definiendo como uno con una barbilla fina, cabello hacia atrás de un tono marrón y unos labios pequeños y serios.
Tocaron levemente la puerta de cristal.
-¿Alice? –pregunto papá-, ¿puedo pasar?
-Sí –respondo sonriendo, entra y me pone las manos en los hombros.
-¿Qué haces? –pregunta y sé que frunce el ceño.
-No sé – digo viendo fijamente el lienzo con el indefinido rostro femenino.
-Ya me tengo que ir, linda… -dice suavemente y frunzo el ceño al tiempo que hago un mohín-, pero dentro de dos semanas me tendrás aquí de nuevo –dice.
-Te vas un mes y te quedas dos días –digo en un susurro, se nota mi molestia.
-Linda… -pidió, niego…
-No importa –giro y le abrazo por el torso como cuando era pequeña, no lloro porque finjo ser fuerte y estar bien, siempre.- Dos semanas sólo son quince días.- El aire me va dejando igual que todo… todo siempre me deja, lo bueno es que no me ve.
Papá también me abraza y me estruja.
-¿Me acompañas a la estación de trenes? –pregunta, asiento.
-Sólo me pongo zapatos –me separo y veo como asiente.
Estoy descalza.
Corro escaleras abajo y busco en mi clóset, lo primero que encuentro son un par de alpargatas blancas con suela de mimbre, me encojo de hombros para calzarme una e irme calzando la otra mientras bajo las escaleras. Pero el corazón me da un brinco porque veo una melena castaña y un par de ojos azules cobalto que se iluminan cuando me ven.
-¡Anthony! –grito emocionada lazándome para abrazarlo, él ya tenía los brazos abiertos.
-Pero, ¿Qué te ha pasado? –pregunta sonriendo.
-¿Por qué? –frunzo el ceño.
-Estas broceada –pongo los ojos en blanco -, y más alta –entorno las ojos y sonrió.
Mi padre se queda casi toda la tarde, cuando falta una hora para las cuatro salimos con él, antes me he bañado y arreglado porque… no puedo permanecer toda la tarde con pijama.
Como Anthony está tecleando en la computadora como si su vida dependiera de ello, he decido cambiarme en el baño, hasta los once nos desvestíamos y vestíamos o andábamos desnudos por todas partes juntos,  pero la vergüenza llega a esa edad.
He escogido unas mallas blancas, con un short de mezclilla deslavada que encontré perfectamente doblado en el cajón de una de mis cómodas, también ahí encontré un cinto rojo con un tejido de picos naranjas y amarillos. Una blusa blanca que es mínimo dos tallas más grande de la que en verdad soy, color blanco y un suéter rojo con triángulos, olas naranjas en un fondo azul, que termina justo donde el short comienza.
Me veo en el espejo y el brillo que me había robado del sol se comienza a esfumar.
Anthony ha puesto música que suena un poco para pasarse el viaje de mota y en verdad que me preocupa que haya comenzado a usarla para hacerlo.
Salgo del baño para ponerme unos botines cafés con correas doradas y unos brazaletes de cuero con grabados de bocas, me le quedo viendo a un anillo que estaba segura no tenía, uno de una piedra negra con una base dorado opaco.
-Ya –digo, él también se ha cambiado con unos jeans azules rotos de la rodilla y una camisa azul marino.
Me ve abajo hacia arriba.
-¿Qué? –pregunto viéndome.
-Qué raro te vistes –dice frunciendo un poco el ceño.
-¿Me veo mal? –pues… yo me siento bien.
-Dije raro… raro es diferente, diferente está bien… no, no te ves mal –dice y da un paso-. Te compre algo –se comienza a sonrojar. Sí, mi primo Anthony es un asco para dar regalos-, no es la gran cosa… pero… bueno de hecho es una baratija…
-Ya –digo sonriendo-, dámelo –cierro los ojos y tiendo la mano, entonces escucho como saca algo como una cadena que repiquetea contra sí misma, coloca el objeto justo en el centro de mi palma, está muy liviano, medio abro un ojo y wow… -. “Búscanos donde nuestras voces cantan” – lo tomo con las dos manos y los ojos abiertos de par en par.
Es la réplica perfecta del huevo en miniatura, de tres o cuatro centímetros de largo, los tres triángulos en la parte de arriaba para unir a los pétalos dorados que tienen grabado a Hogwarts en las tres caras.
-Tiene a Hogwarts –dije frotando con el pulgar el grabado.
-Y se abre –susurro, presionando la parte de abajo del huevo y volviendo a meter su mano a su bolsa del pantalón igual que la otra -, obviamente es una perlita y no el liquidito ese amarillo que apareció en la película… sí, este… es que… bueno yo… lo vi y…
-Sí, esta lindísimo –le ahorro la pena y lo abrazo pasando un brazo por su cuello y el otro por los hombros, me rodeo los hombros y exhalo…
Sí, Anthony, a todos les está costando trabajo.
Dejamos a papá en la estación de trenes, lo esperamos en la plataforma hasta que el tren desapareció,  no eran ni las cinco de la tarde cuando mamá nos pidió que la lleváramos a casa, al llegar Anthony mi insistió que le mostrara  el pueblo. Eran las seis y media cuando llegamos al centro que ya estaba en el apogeo de los alumnos que salían de los colegios y de algunos que otros turistas perdidos de la realidad.
-Parece que acabaran de salir –dice Anthony mientras ve pasar a un grupo de chicos con el horrible uniforme caqui y camisa azul, pone cara de asco al ver el uniforme.
-Acaban de salir –digo.
-¿Sales a las seis, Alice? –aunque no exclama como debería, suena sorprendido.
-De hecho, salgo a las seis y media… pero no está…
-¿¡A LAS SEIS Y MEDIA!? –Esta vez sí que exclama-, y ¿qué hacen?
-Hay muchos talleres, muchas clases y deporte… es creo que también un internado o algo así…-dije viendo hacia adelante mientras hablaba, gire para verlo y ya no estaba.- ¿Anthony? –pregunte, justo cuando me iba a girar se me lanzo, grite porque quería que lo cargara, así que enredó sus piernas en mi cintura.- ¡Me ahogaras! –grite y apretó más sus brazos a mi cuello.
-Así está bien, no intentarás tirarme –ríe.
-Desgraciado.-  Digo entrecortadamente y suelta la carcajada.
Comienzo a caminar y me siento como Pipila pero en lugar de una roca inmensa sobre mi espalda, al idiota de mi primo, que poético. Camine bastante, tal vez cincuenta centímetros, hasta que solté sus piernas.
-Esto no funciona –dije con voz estrangulada, me libero el cuello y me lleve una mano a la garganta para tomar aire a la vez que ponía otra mano en mi rodilla.
-Pero que exagerada eres –dijo riéndose, alce la mirada con el ceño fruncido, con la mano en la rodilla le hice la única seña que se me ocurría-. Oh… gracias – y sonrió. -Vamos… te llevo – comento dándome la espalda mientras su sonrisa seguía ahí en sus labios, entonces di un salto a su espalda y me enrede como chango a ella.
Él se carcajeo, abrazando mis piernas con sus brazos.
-Que liviana estás… -se quejó, me encogí de hombros y clave mi quijada en su hombro.- Entonces, te gusta la escuela –dijo, asentí-, ¿y es cara?
-No sé… realmente, lo más probable es que sí.
-¿Hay muchos alumnos?
-Como seiscientos –él silbó y entonces se quedó pensativo.
-No creas que te puedes hacer pasar por uno… -comienzo.
-Yo ya termine la preparatoria, superdotada –dice burlón, pongo los ojos en blanco.
-¡Alice! –me llama una voz emocionada a la derecha, miro hacia donde está la chica rubia y de piel como de porcelana que me saluda sonriente: Laura, que peculiar se ve con zapatillas y minifalda floreada… ah… por eso dice Anthony que me visto rara.
 Bajo de la espalda de Anthony y camino hacia donde esta ella.
-¿Te fuiste de pinta? –pregunta lanzándole miradas de acusación de mi primo que viene detrás de mí.
-No… no fui a la escuela –digo y medio  giro para señalarlo, me pasa un brazo por los hombros y sonríe conchudo -, él es mi primo, Anthony, ella es mi amiga… Laura –sonreí, ella le tendió la mano… te he de advertir que Anthony es un pulpo con la habilidad de convertir a sus dos brazos en ocho y si tuviera ocho no sé por cuantos los podría multiplicar.
-Muchos gusto- le sonrió educado.
Qué raro…
-¿Y qué haces?
-Salí con el grupo, ¿no quieres venir?
-No.- Me apresuro a decir y después niego viendo el suelo-, no… porque tengo que ir a la lavandería… ¿Dónde hay una por aquí? –pregunto viéndola con mis ojos de eterna confusión.
-Por aquí –dice girando hacia la izquierda y me comienza a hacer señas para explicarme porque calles caminar, le repito para confirmar que entendí y asiento.
Después nos despedimos y caminamos por donde dijo pero nos metemos a un restaurante-cafetería con bancos altos en la barra. Nos sentamos ahí, Anthony pide una “limanada” que huele bastante bien, a hierba buena y menta y yo pido una Coca-Cola con hielos mientras nos traen los sándwiches de pavo y de pollo, mientras… compartimos unas papas fritas en espiral.
-¿No te caen bien? –pregunta de pronto, giro la mirada hacia él y enarco una ceja, el traga el bocado que tiene-. Tus compañeros, ¿no te caen bien? –Se explica.
-No les quiero caer bien –respondo y miro la cesta de papas fritas.
-No te puedes cerrar a la vida, Alice, no sabes que te puede pasar mañana…
-Sí… lo sé –digo suspirando largamente y después sonriendo.
-¿Y? ¿Qué es lo que no te gusta?
-Los chicos…
-Sí, ya sé que eres lesbiana pero... –ahora lo interrumpen a él, la camarera nos deja los platillos enfrente de nosotros y me guiña un ojo lleno de rímel, delineador y sombra rojiza que hace a sus ojos verdes, unas gemas preciosas. Se retira sonriéndome y moviendo un hombro.
Apretó los labios y le lanzo una patata frita a la cara a Anthony, que ríe bajito y mirando su comida.
-Jódete, Anthony –me quejo mordiendo una pedacito de mi sándwich.
-¡Que iba a saber! –exclama, alzando la mirada y los hombros, a la vez que me mostraba la manos y una blanca sonrisa.
-No estaba hablando de que los chicos no me atrajeran –digo viendo la comida y sé que me veo cansada, pero es Anthony… me puedo ver así con él-, me refiero a que… no sé –me encojo de hombros-, a que tal vez si me llegue a gustar uno y ¿qué pasará cuando lo olvide?
-¿Cómo sabes que lo vas a olvidar?
-¿Cómo sé qué no? De todas formas… son sólo palabras al aire –explico encogiéndome de hombros-. No me gusta nadie.
-¿Nadie? –Pregunta, lo miro un segundo, me vuelvo a encoger de hombros-, siempre has sido muy enamoradiza, Alice, alguien te ha de gustar –sonrío a mi comida-, ¿te acuerdas cuando te gustaba Harry Potter…?
-Se llama Daniel Radcliffe.
-Bueno… él, después de te gustaba Rupert Grint y al final terminaste jurándole amor eterno a Emma Watson.
-Estas alterando los hechos – río.- Yo nunca le jure amor eterno a Emma Watson…
-Bueno… no importa si lo has hecho, has cambiado mucho… así que ya no sé.
-No he sido yo la que ha cambiado, Anthony, han sido las circunstancias de la vida las que han cambiado –murmuro. Me toma el brazo y yo miro hacia otra parte, hacia la pared donde está el cuadro Einstein con la burbuja de colores a su alrededor como el humo de una pipa de tabaco.
-A mí me gustaría enamorarme –dice, lo volteo a ver y se ríe.
-¿Qué?, ¿no lo has hecho como cincuenta veces? –pregunto frunciendo el ceño.
-Como cien, pero no me refiero a eso –dice, pongo los ojos en blanco-, ya sabes… enamorarme y amar.
-Anthony, tienes diecisiete… los adolescentes se quedan en enamorar y más cuando son como tú.
-Esas son mentiras, sí estas cosas están hechas para nosotros…
-Ni si quieras sabes cómo se llaman  y hablas de ellas cómo si fueran tuyas…
-Bueno: Amor y sexo, ¿eso está mejor? –le sonrió.
-Sí, eso está mejor.
-Parece que te gusta torturar a la gente –dice-, ¿pero me dejas terminar de decirte?
-Okay.
-Me refiero a abrazarla e ir despacio, conociéndola –dice, me suelta el brazo-. Me rompieron el corazón hace tan poco–continua explicando-, mi plan de enamorarme en verdad empezó hace como un mes y medio… y en verdad que quería quererla, gustarle más allá de lo que siempre me gustan, pero ella me buscaba por esa fama.
-Y  te dejo, después –dije, él asintió…
-Es algo que pasa cuando te apresuras a creer que te podrán querer… que te podrán creer así de fácil, como si lo que dijeran de ti no significara nada.
-Lo que digan de ti no significa nada.
-Eso es en tu caso, vives en tu burbuja que nadie se atreve a romper, pero si vivieras en la realidad, si fueras como un adolescente común, sabrías que lo que dicen es más importante de lo que crees.
-Pues enciérrate en tu propia burbuja, no vayas por el mundo siendo común…
-Es que tú eres un alíen y no te importa mucho…
-¿Y a ti sí?
-Algo –se encogió de hombros-, pero no vivo de ello.
Suspira y se toca las bolsas de los pantalones.
-Yo traigo dinero –digo, comiendo.
-Yo también –dice, me sonríe como si planeara algo-, ¿no te gustaría irte sin pagar? –pregunta y enarca una ceja.
-¿Después tocamos un timbre y salimos corriendo? –pregunto con sarcasmo sonriendo a la vez que enarco una ceja.
-Okay… pero mejor de un edificio de apartamentos para que todos se molesten. Ensancha su sonrisa, la sonrisa se me desaparece.- Ya, come –dice.
¿De verdad nos iremos sin pagar? ¿Y si algún otro día quiero regresar y comer aquí?
Muerdo el sándwich, pero tira de mi mano y salimos corriendo. Mi puto primo es un delincuente menor. Río por la calle mientras corremos, nos metemos en un pequeño y estrecho callejón, y seguimos corriendo hasta que salimos a la plazoleta donde hay una enorme iglesia.
Tomo aire, en la mano todavía tengo el sándwich de pavo, tengo el rostro sonrojado pero no por la carrera si no por la risa que tengo atragantada. Me enderezo, pongo una mano sobre el estómago y comienzo a carcajearme, tapo mi boca pero sigo riendo.
-¿Pero qué te pasa? –dice él también riéndose.
-Tenemos que regresar a pagar  -digo aun riéndome.
-No, tenemos que buscar el edificio de apartamentos.
-No he visto ninguno aquí…
-Me has dicho que apenas has salido de casa este fin de semana, seguro que no has visto mucho de este pueblito.
-Lo más seguro es que no haya mucho que ver.
-No lo creo, tal vez aquí encuentres ese misterio que tanto querías –me dice sonriendo.
-Eso era cuando tenía como siete años, Anthony.
-¿También lo has olvidado?
-No…
-Si hasta parecías Sherlok Holmes –dice, pongo los ojos en blanco-, anda, prima, sonríe –sonrío, de verdad que lo hago, y él me regresa la sonrisa.- Vamos a comprar un helado.
Me señala lo que parece un puesto ambulante con techo de teja roja y dos pizarrones negros a los costados con letras escritas a gises de colores brillantes y vibrantes, en ambos lados tenía escrito “Helados Ecológicos”, enarque las cejas… pero me acerque con mi primo, mientras tiraba en un contenedor el sándwich, eso iba a estar rondando mi consciencia hasta el fin de mis días: tirar comida.
Pasamos a lado de la iglesia y llegue a sentir el frio del interior junto con el olor a incienso, ese olor…
Vi las pizarras mientras él ya pedía, tenía nombres de frutas seguidos de la palabra “helado”… “manzana, helado”, “pera, helado”…
-Quiero un “manzana, helado” –dije enarcando una ceja, el joven asintió y me entrego una manzana fría con una servilleta café y una cuchara de madera, le quite lo que podríamos llamar la tapa y metí la cucharada al helado blanco que había absorbido todo el sabor de la manzana. Realmente que sabía bien.
Anthony le pago y dejo el helado de pera sobre lo vitrina.
-Oye, Alice, ¿me puedes esperar aquí un segundo? –pregunto, viendo hacia enfrente, medio me gire para ver a quien veía.
Bueno… supongo que Laura va  a tener que ser fuerte… salvo que en verdad, Anthony, quiera cambiar y dejar de ser promiscuo… ¡un Anthony no promiscuo! Y después… ¿Qué será?, ¿un Anthony graduado en medicina?, ¿¡uno con doctorado!?
-Sí, aquí espero – digo comiendo más helado.
Wow… que bien sabe.
Me pongo a juguetear con el Iphone para comenzar a matar cerdos verdes.
-Que rico –dice alguien detrás de mí, giro porque la voz es fácil de reconocer, sonrío.
-Hola, Jamie –digo.

miércoles, 19 de junio de 2013

Contado desde Seis III.

El Dolor de la Reina.



El suelo era como la base de ajedrez del piso en el que estaba, en ese mismo lugar había una barra de bar de madera con aspecto viejo de un gris azulado, en la otra habitación comenzaba un piso de paneles de madera del mismo color que la barra del bar, pero estaba protegido por una pesada alfombra de un rojo donde una silla de acrílico con cojines de tela de manta cuelga del techo, por allá había una silla de peluquería de esas viejas con las coderas de bronce y forradas de terciopelo guinda y viejo. Sobre la pared que tenía un tapiz con un complicado dibujo de rombos había cuadros pequeños que representaban una caricatura de un simple muñeco de palos que caminaba por un fondo blanco con un sol y de pronto salía una roca que lo mataba en el siguiente cuadro. Había un cuadro de unos querubines con sus pequeñas bocas haciendo una “O” y sosteniendo una corona hecha de romas pequeñas con flores moradas, violetas y lilas, con otros pequeños capullos rojos, el cuadro estaba enmarcado con un pesado marco de madera dorada al igual que el retrato hecho al estilo renacentista de una reina con ojos aburridos de un color verde y una extravagante peluca rubio platinado.  Del techo colgaban unas pequeñas luces blancas  que iluminaban los sillones de cuero negro o las sillas de madera que estaban enfrente de las pequeñas mesas o los cojines de diferentes texturas y colores que ahí había.
-¿Cómo se llama este lugar? –pregunte observando que por las paredes había autógrafos haciendo que lo que una vez fue blanco hoy fuera negro y rojo, creo que había uno de María Félix, ¿serían de verdad?
-El ojo chueco de mi Abuelo Steven – lo mire un segundo mientras miraba otra vez el lugar.
-Es bastante peculiar –comente viendo el techo que también estaba autografiado -. Mi abuelo se llama Steven – dije sonriendo y regresando mi mirada a él.
-Eso es curioso -dice sonriendo, y viendo al rededor-No creo que sean reales – susurro señalando los autógrafos.
-Yo tampoco – mire una vez más donde la alfombra roja comenzaba pero el lugar estaba vacío a excepción de una música que sonaba muy bien y creo que la canción era interpretada por Bruno Mars.- ¿Dónde están los demás?
-Arriba – comenzó a caminar a unas escaleras donde había unos puertas, una a lado de otra que estaba muy segura eran los sanitarios por los dibujos de una mujer que además del típico vestido triangular tenía unas líneas representando un liquido que provenía de su parte media… o sea, ¡se estaba haciendo pipi de pie! Tenía los brazos hacia arriba  y había una línea blanca que se curveaba haciéndole de su sonrisa enorme. El dibujo del baño para varones era muy similar, salvo que este tenía la espalda un poco arqueada hacia atrás  el liquido parecía ir hacia delante como un proyectil una mano la tenían en su ingle de dibujo y la otra la alzaba y también tenía una enorme sonrisa.- Aparte de paranoica, agresiva y exagerada, pervertida. Vas bien, Alice – dijo, aparte la mirada de los dibujos.
-No tengo a quién impresionar – dije sonriendo falsamente-. Avanza – ordene empujándolo con fuerza, pero como se veía, era mucho más hábil que nadie para evadir los escalones rompe espinillas. Fue un buen pretexto para soltar su mano.
Las escaleras se comenzaban a hacer mucho más empinadas y de pronto giraban bruscamente a la derecha y de pronto ahí había un hueco en la pared cubierto por una tela roja, entro en el hueco y se agacho de pronto.
Lo seguí pasando la tela y también me tuve que agachar, porque aquello era un ático de aproximadamente de un metro con sesenta y cinco centímetros, el suelo estaba cubierto por una alfombra de terciopelo negro, también había un montón de cojines pero aquí con colores mucho más eléctricos y alegres. Había una gran mesa rectangular que estaba cubierta por panecillos con cubiertas blancas, sopas, teteras y tablas llenas de quesos y manzanas verdes cortadas en rebanadas, también había jarras de cristal llenas de una sustancia morada. Había hookas y un montón de teteras humantes. Y chicos por aquí y por allá, algunos jugando ajedrez, o cartas, otros estaban sentados en mesas bajas de madera negra. Lo único que le daba luz al lugar eran las pequeñas ventanas cuadras que estaban en la pared que tenía adelante a unos cincuenta metros y las velas de diferentes colores principalmente de  color blanco.
De fondo sonaba Devendra Banhart cantando Santa María de la Feria, era una de mis canciones favoritas de ese cantante después de Dearest Friend.
 Observe detenidamente el lugar por un segundo, mire a través de las ventanas deteniéndome en el hecho de que el anochecer ya comenzaba y que las nubes se envolvían con el color naranja y rosa para entrar al manto azul.
-¡Alice! – exclamo alguien desde el otro lado la habitación haciendo que todas las miradas se volvieran a mi, y yo me encontrara con ojos expectantes, recorrí la mirada hasta el lugar donde la voz había dado el grito y me tope de Gaby, que estaba abrazada con un chico de ojos violetas. Quiero pensar que es la luz.
-Hola, Gaby – respondí mientras hacia un ademán con la mano, mi tono de voz no llego ni a la quinta parte de emoción que el de Gaby.  Bueno… que más se podía hacer. Camine hasta su mesa y me senté a lado de un chico que había visto hace unos días saltando desde el trampolín de la escuela, tenía ese porte de chico despectivo que era demasiado elitista para escoger. ¡El nieto perdido de Josefina!
-Te vimos desde aquí – dice Gaby haciéndose para adelante, dejando caer el brazo que el chico tenía sobre sus hombros, se inclina sobre una tetera y sirve en una taza donde una pequeña flor se comienza a abrir… flor de jazmín, me tiende la taza de porcelana junto el pequeño plato que tine dibujados intricados patrones de remolinos y círculos a mano en una pintura color plata.- Ya sabes, no hay muchas con tu color de cabello – dice y sonríe, yo le regreso la sonrisa aunque no es lo que quiero hacer. Ella se reclina y cae en el pecho del chico que tiene los brazos extendidos a los largo del respaldo de un sillón estilo Victorino sin las patas.
¿No se supone que tienes un novio llamado Paris?
-Alice – me llama otra vez, alzo la mirada de la flor de jazmín que ahora está completamente abierta y soplo sobre el agua que está un poco demasiado caliente, ella sonríe lánguidamente… estas pero muy viajada, pienso.- Él es Alfred Ford – se hace un lado y se endereza dejándole espacio. El chico, en verdad, que tiene los ojos violetas-, Alfred, ella es Alice Fontain -. Alfred se inclinó teniéndome una mano y sonriendo. Conozco una forma para describir a alguien como Alfred: Desgraciadamente guapo.
-Mucho gusto – dijo. Olviden lo de desgraciadamente guapo: Putamente guapo.
-Igualmente –respondo después de apretar su mano suavemente y soltarla.
-No te había visto por aquí, Alice – comenta pegando su espalda contra la pared. Wow…
-Soy nueva, llevo apenas un mes viviendo aquí – respondo y le doy un sorbo al té. Está muy rico, el té…
-Con permiso, ya regreso, Alice – dice Gaby poniéndose de pie, veo que camina medio encorvada hacia el otro lado por donde entre y que ahí está Paris con mirada impaciente.
-Siento que nos conocemos de algún lugar… -comenta Alfred, regreso mi atención a él y sonrió sin querer carcajearme de la frase que acaba de decir, pero alguien si lo hace… Elegancia encarnada está a tres personas del otro lado de la mesa y ha dejado de hablar con la chica que lo fulmina con la mirada.
-Esa forma de ligar, Ford, es más vieja que el chisme de tu homosexualidad – alzo una cejo… oh…
-Qué bueno que eres constante en el seguimiento de los chismes –sonríe Alfred y sus ojos sonríen con malicia-, así podrás usar correctamente las palabras para no negar sobre la vergota que te tragaste anoche.
Dejo la taza sobre la mesa y pongo las manos sobre los muslos para girar alejarme de la conversación de “machos” heridos actuando como gatas en celo.
Estoy a punto de conseguir salir de aquel lugar cuando alguien me llama y para mi alivio es Liliana sentada junto con Martha, Fernanda y Alan que juegan damas chinas, sobre el suelo descubierto hay una jarra con un líquido naranja que se comienza a unir a una mezcla de jugo de un color rojo oscuro, tiene unos cuantos hielos y hay vasos largos, algunos derribados sobre una bandeja plateada.
Me acerco a ellos con una sonrisa, porque en verdad que me alegra verlos, son tan locos, sólo faltaba Benjamin y Fabiola para que ese grupo estuviera completo.
-¡Hola! – me dijo Liliana acercándose para pasar sus brazos alrededor de mi cuello, me dio un sonoro beso en la mejilla.
-Hola, Lili –dije sonriendo. Alce la mirada.-Vas a perder –dije viendo el tablero de lado de Alan.
-Pero, ¿Cómo vas a creer? ¡Sí esto ya lo tengo ganado! –exclamo señalando los fichas, sonreí, porque se veía que en verdad quería ganar.
-Bueno… realmente no lo sé – sonreí-, no sé jugar damas chinas.
-Son súper fáciles de jugar – comienza Martha y se acomoda en su cojín, para después mover una ficha-, mueves la ficha así – dice cuando ya lo movió, Alan mueve una de su lado-, y después él mueve su ficha -, veo como le destellan los ojos a Martha cuando Alan retira la mano-, después mueves tu ficha – sonríe- y después… ¡Ganas!
-Alice, me salo el juego –reprocha Alan cruzándose de brazos.
-¿También te salo los otros diez juegos, Alan?
-Jódete, Liliana –responde fulminándola con la mirada.
-Sé buen perdedor.
-Sé… ¡Jódete, de nuevo! – dice sonriendo y Liliana también sonríe.
-¿Perdiste diez veces? – pregunte viendo el tablero.
-Tú no sabes jugar – dijo haciendo una cara de desgarradora desesperación, reí por su cara.
-¿Benjamin tardará mucho más?
-Te diré… -dice encogiéndose de hombros mientras reacomoda las fichas para volver a jugar.-Vamos, Alice, te enseñare a jugar – voltea el tablero hacia donde estoy yo, el lado que acaba de ordenar y continua con el suyo.
-¿Qué me dirás? – Liliana está sirviendo un poco de lo que está en la jarra, pasándoselo a Martha que me la pasa.
-Pues que dependerá de cuánto tarda en calentar a Fabiola – dice con enojo, pero no sube la mirada cuando habla, sigue ordenando las fichas como si lo que hubiera dicho, ya lo hubiera repetido un montón de veces.
-Si te molesta tanto que salga con Benjamin, deberían de formalizar – comenta Martha que me pasa el vaso lleno de ese líquido  que ahora está totalmente mezclado-, es jugo de naranja y de arándano – sonríe, le sonrió de vuelta y le doy un sorbo… sabe bastante bien.
-No me molesta – niega y mueve una ficha, yo la muevo como él hizo y alza la mirada a mis ojos y sonríe igual que sus ojos.
-No puedes hacer eso – dice negando divertido, la hago un cuadro a la derecha-, tampoco eso.
-¿Cómo se juego? – pregunto, todas las fichitas son iguales, ¿Cómo podrías saber cuáles pueden hacer eso y cuáles no?
-¿Has jugado ajedrez? –asiento-, pues así no es – pongo los ojos en blanco y después de una larga explicación de cómo saber cuáles pueden hacer eso y cuales no pueden hacer aquello sobre el tablero, comenzamos a jugar, pero lo dejamos a la mitad porque Martha estaba de impaciente haciendo bromas del asco que dábamos jugando damas chinas los dos.
-Este tonto le pregunto de que año era su peinado, imagínate a Alan de botas de los años ochenta alegándole a una vieja con el peinado más ridículo del mundo, parecía como la mezcla de los peinados feos del mundo de esa época en uno sólo – sonreí mientras me contaban una experiencia de pubertad, estaba acostada el con la cabeza en el abdomen de Martha.
-Al final me dejaron sólo en la oficina del director, sólo y ridículo.
-Siempre te pasa esto, cariño, no te enfades –respondió Liliana acariciándole el cabello, aunque él tenía el ceño fruncido como un crío.
-No, ya no puedo reír – dije aun con la risa atorada en la garganta quince minutos después, me dolía el estómago y ya había derramado como seis lágrimas. En mi vida hubiera podido imaginar que alguien pudiera pasársela tan bien como ellos.
-Todavía se quitó la calceta y la comenzó a golpear contra la banca de concreto, se cae en medio de la plaza en la fuente y lo único que se le ocurre es quitarse la calceta y comenzarla a golpear, cuando me estaba riendo de ella, me comenzó a golpear con la calceta y me daba tanta risa de que no pudiera dejar de llorar y reír a la vez.
-Ya cállate, Alan –dijo Martha sonrojada-, no te das cuenta de que estás haciendo el ridículo cuando estas con amigos –susurra.
-Daba tanta risa, me acuerdo que en aquella época usabas una coleta y siempre que te emocionabas de más se te marcaba una venita en el centro de la cabeza, no me imagino cuán apretada debías tener esa liga para que toda tu sangre se acumulara ahí -apreté los labios para no reír ante la imagen de una cara muy roja con un lugar donde se acumulara toda la sangre, me imagine así una vena apretada y gorda como una oruga.
-A ti te hubiera servido mucho en el tiempo que construías casas de compaña incluso a lado del gordo King – dice Martha irónicamente y con una media sonrisa, Alan escupe el trago de juego que estaba a punto de tomar.
-Siempre tienes que decir eso, tenía catorce y era precoz.
-¿Comenzaste a los catorce? –Pregunto Liliana con el ceño fruncido-, ¡pinche impotente! – exclamo y después se carcajeo, apreté más los labios.
-¡No me digas impotente! – Se quejó un Alan tan rojo como un tomate.-Los hombres maduran dos años después que las mujeres -. Me quede un segundo con la boca entre abierta por su tono aniñado y quejumbroso para carcajearme junto con las demás.- Son unas horrendas – comento negando con la cabeza y sonriendo ligeramente.
-¿Alice? –pregunto alguien, alce la mirada y vi unos ojos con una figura demasiado felina cubiertos de capas de rímel y delineador, mire más allá de sus ojos y ella tenía un pequeño rostro con una afilado barbilla, su cabello estaba a esa altura y le caía en picos con las puntas de un deslavado amarillo ascendiendo hasta a un verde oscuro que se confundían con sus raíces negras.-Te están buscando – ronroneo a la vez que sonreía mostrando unos pequeños y blancos dientes.
-Ya vengo... -digo viéndolos, pero nada segura de lo que estaba haciendo. Ellos asintieron y les sonreí, de nuevo.
Me puse de pie aunque no estaba muy segura si debería de ir con ella pero sus ojos me conquistaron, ella podía caminar erguida aunque su cabeza rozaba ligeramente con el techo, tenía un caminar donde sus pasos se pronunciaban más por el movimiento exagerado de las caderas, demasiado vulgar… se le veía bien.
-Disculpa – dije a tres pasos de ella, ella ladeo el rostro un poco con una sonrisa en los labios-, ¿pero quién me está buscando?
-Alexandre –respondió.
¿Alexandre? Cerré los ojos un segundo e inhale profundamente, ¿no pudo venir él? Tenía que mandar a alguien a buscarme.
La chica se detuvo repentinamente y casi trago su cabello, se giró como si lo que me fuera a mostrar, se convertiría en la destrucción de todos y la salvación de unos cuantos, dio un pequeño golpe sobre la pared y una puerta se desprendió… una puerta en forma de   triángulo-rectángulo, la tomo y la abrió por completo. Dentro todo estaba más iluminado por una lámpara de cristales con luz tenue. Parecía la torre de una iglesia gótica en pico, al entrar me pude erguir por completo, lo cual agradecí, y ella corrió a una de las tres mesas que estaban ocupadas, en esta estaban dos chicos con ojos de un color gris muy similar al de Alexander, salvo que ellos parecían malhumorados.
Sonaba algo de Vivaldi de fondo, muy bajo.
Ahí las paredes eran de un opaco gris verdoso y en las esquinas un poco de moho comenzaba a crecer, había cuatro mesas en las cuatro esquinas del lugar y una gran mesa redonda en medio, en esa mesa había un sillón estilo taburete pero en el suelo y se cerraba completamente de un color guinda y la mesa era de hierro forjado, alrededor estaban chicos que nunca había visto a excepción de Gabriela y Paris que estaban sentados a lado de Alexander, izquierda y derecha respectivamente.
Alexander miraba con el ceño fruncido a un joven que decía algo haciendo muchos ademanes y sonreía abiertamente, después los tres rieron.
Mire a un lado a otro indecisa en si entrar, los jóvenes que estaban enfrente de Gaby y los demás se veían atemorizantes y mucho mayores que yo, incluso en la ropa eso resultaba obvio y por primera vez en mucho tiempo me sentí fuera de lugar y nerviosa.
Vi hacia abajo a mi ropa e hice un mohín… inhale y la voz racional me grito: “Disimula el gesto de inseguridad”, así que me lleve una mano a la frente pera rascar un poco y después recorrí con la mano hasta mi cabello donde lo hice hacia atrás. Alce la mirada para ver donde estaban los anfitriones, un chico de ellos me miro de arriba abajo y de abajo a arriba después.
Camine hacia ellos como si no hubiera notado el gesto.
-Alice – saluda Paris y sonrió, la joven rubia que hablaba guardo silencio, al tiempo que alzaba mirada.
-Vamos siéntate, Alice – dijo Alexander señalando un espacio que había entre él y Paris, asentí sin muchas ganas pero con más ganas que sentarme alado del joven que me miro de arriba abajo en una buena repasada y que estaba alado de Gaby. Pase un pie que toco el suelo para después pasar el otro y sentarme donde había dicho.- Ellas son Erika, Sophia y Natalia – dijo señalando a la joven de cabello rubio, seguida de la que tenía el cabello café y por último la que tenía el cabello negro, asentí porque fue el único gesto amable que se me ocurría-, son las novias de mis primos: Valentine, Nial  y  Rodrigo – señalo al joven rubio que me había recorrido de arriba abajo, después al joven que tenía el mismo color de cabello que Alexander y al chico que tenía unos ojos de una marrón muy oscuro contra una tez muy blanca.- Y Ella es Alice, es una nueva amiga.
-Mucho gusto –dijo la rubia con una voz muy dulce, sus ojos de un verde cristalino se iluminaron.
-Igualmente.
Me fueron teniendo la mano uno por uno y después continuaron hablando como si los conociera desde hace mucho.
Había algo que comenzó a afectarme conforme hablaban… más cuando el chico rubio y Alexander comentaban algo…, como si toda la energía que tenía comenzará a desaparecer, no era algo que me gustará realmente. Sentir.  Era algo peor que el miedo y la desesperación a las que estoy acostumbrada, es algo… cerré los ojos y trate de respirar con normalidad para controlar el temblor de las manos. ¿Pero qué me pasa? Abrí los ojos cuando ladee el rostro hacia a la derecha.
-¿Por qué no te habíamos visto antes? – pregunto la chica rubia que parecía ser la más extrovertida.
-Soy nueva, llevo apenas un mes aquí -. Para ser exactos llevo treinta y un días aquí.
-¿Vas en el mismo Colegio que ellos?
-Sí.
-Roses&Marie, para los fanáticos religiosos –dijo el chico que me repaso, Valentine.
-No soy devota – sonreí en un gesto irónico-, lo de darse golpees en el pecho por vivir, no es lo mío– agrande la sonrisa, el chico también sonrío.
Después de unos comentarios y más preguntas, los chicos comenzaron a hablar entre sí y con Paris y Gaby, yo escuchaba como si sus pláticas me interesaran, eran mucho más interesantes que las que había tenido afuera pero con un grado de formalidad que no me gustaba.
-¿Quieres un poco de café? –Pregunto la chica de cabello castaño, tomando una jarra plateada que emanaba vapor, asentí ligeramente, ¿no tienes algo más fuerte y que me deje inconsciente?- ¿Has escuchado alguna vez la historia sobre el café con leche? – pregunto divertida.
-No.
-Muy bien, ¿qué tal si te la cuento? – sonrió viendo la mesa mientras tomaba un vaso de cristal con una base de metal, y después me vio a mí.
-Sí -digo.
-"Érase una vez una hermosa y joven princesa que se tuvo que afrontar contra las decisiones del pesado, las de sus padres, los reyes más poderosos del continente… que habían conseguido todo con mentiras y alianzas fuertes, pero demasiado oscuras sabían que el destino para su hija tendría un fin como al que ellos les esperaba.
La princesa era joven y hermosa,  sabía que la única forma que tenía para escapar de la traición del corazón y la razón era casarse con el rey joven con el que su padre tenía una alianza basada en la mentira que si se descubriera, los reinos caerían.
La princesa, valiente como le habían enseñado a ser los reyes, sabiendo que por su belleza traería desgracia al reino, acepto el acuerdo…el rey joven estaba extasiado por la decisión de la joven, pero… – y sonrío con malicia, deteniéndose de servir el café oscuro con olor a canela-, el rey tenía una condición para su nueva reina: en menos de un año tendría que darle un heredero, hombre o mujer, pero heredero al final y si no lo hacía la decapitaría por su error… Meses después el físico le dijo a su rey que la reina estaba embarazada… de gemelos.
El rey, controlador y sobreprotector, prohibió a su reina salir de su habitación porque por su juventud el embarazo era peligroso y se le recomendó reposo absoluto. La reina que siempre había disfrutado de una libertad comparada a la de un ave, aquello le pareció una atrocidad y si en algún momento había amado a su rey, quedo remplazado y opacado aquel amor por su deseo de libertad.
La bruja del reino le dijo que había un medio para conseguirla de nuevo... beber el líquido negro de los granos que le daría. Los granos que ella llevaba en aquella bolsa de piel de cordero, eran pequeños, lustrosos y negros, con un olor peculiar, nada que la reina hubiera visto antes.
Le llevo los granos a la cocinera para que los hirviera en agua como la bruja dijo, pero el líquido oscuro como es, llamo la desconfianza del rey, quien pregunto al físico si debía su reina beber aquella sustancia, este dijo que no.
La reina, desesperada, ordeno a la cocinera hervirlos en leche de cabra, entonces la bebida de una café claro… -susurro justa en el momento en que vertía leche sobre el vaso que tenía más café que leche y tomaba el color que describía-, fue bebida por la reina. Cuando la joven reina fue a dormir un dolor aprenso su vientre y las sabanas de la cama quedaron manchadas de sangre.
A la reina la condenaron por la muerte de los herederos del reino, sus hijos, y el rey, antes de que el verdugo dejara caer la navaja de la guillotina sobre el cuello, susurro a su reina “¿por qué?, hincado enfrente de ella, a la merced de su decisión engañosa y su belleza. La reina contesto "por amor al deseo…"
Dicen que el rey lloro por años a su reina y a sus herederos y admiro como la planta con granos negros crecía ahí donde los tres fueron sepultados”.
Cuanto dolor...
-La historia la escribí para una clase de literatura –sonrió y le devolví la sonrisa, entonces me paso el vaso con café.- ¿Te gusto?
-Muy entretenida – respondo.
-¿Verdad que sí? – sonrió abiertamente.
-¿Cuál era la mentira que unía el reino de los padres de la princesa y al del rey joven? –Me miró fijamente y ladeo el rostro un poco, como si no entendiera mi pregunta.
-Pues alguna lo suficientemente rebuscada que los haya empujado dar a su hija a un hombre que aunque le dio dos herederos, no haya sentido compasión por ella y la haya asesinado por un error.
-Por eso la reina tenía que ser joven y valiente.
-¿Por qué? – pregunto estrechando los ojos.
-La juventud significa inocencia y cuando has tenido una vida en donde siempre has conseguido lo que quieres, y además eres valiente, todo da como resultado la imprudencia... por la ignorancia que brinda la juventud.
-Por la confianza que te brinda la juventud sobre tu poder en la vida -dice ella, me miro un segundo y después sonrió.
Le di un sorbo al café que emanaba vapor y calentaba el cristal del vaso.
¡Uff, pero si está hirviendo!
-Era obvio que te quemarías – me reprocho Alexander, giro para verlo, él sonrió.- Tienes espuma –dijo señalando la  nariz, me lleve una mano y sentí el frío de la espuma, tome un servilleta de tela para limpiar la espuma.- Y aquí –susurro limpiando con su servilleta la comisura izquierda de mi boca.
-Gracias – dije limpiando toda la boca con la servilleta para asegurarme.
-Cuando te dije que vinieras a tomar un café con nosotros, me refería a nosotros – hizo énfasis con sus palabras a quien se refería, sonreí.
-No, tú dijiste “ir a tomar un café”, nunca dijiste: “ven a tomar un café con mis amigos y conmigo” – dije enarcando una ceja y dejando el vaso en la mesa, me ladee un poco para quedar enfrente de él.
-Para la próxima seré más específico.
-Debiste serlo esta vez… -susurre sin querer, él frunció el ceño. Hablar del futuro me desagrada, Alexander, pensé he hice un mohín.
-Es muy lindo –comento, dándole un toque al cristal, asentí, lo tomo con el cuidado de no tocarme, supongo que porque estaba sobre mi pecho, le dio la vuelta-. “El secreto de la perfección se halla en la luz de tu mirar, vida mía”  -leyó en un susurro, enarco las cejas y me miro con curiosidad dejando el colgante en su lugar-. ¿Quién te lo regalo? –pregunto con simple curiosidad.
-Mis padres –respondí, él inhalo profundamente a la vez que tomaba de su taza.
-Una inscripción peculiar.
Tengo un relicario que dice: “La belleza eterna se hallara en tu rostro inmortal y la belleza que conservare de ti, serán tus atardeceres conmigo” o el reloj de bolcillo y cadena, por dentro tiene escrito: “Lo infinito del amor se allá más cerca junto al amor por nuestra Alice”.
-¿No te gusta hablar, Alice? – pregunto cuando ya no supe que decir.
-Es una necesidad.
-¿Pero te gusta?
-¿Me debería de gustar?
-Pues, sí.
-No sé qué decir –respondo.
Es más fácil cuando estas en la ala del hospital con chicos que entienden tu estado y hacen bromas sobre él y tú sobre el de ellos… aunque a mi mamá nunca le ha gustado que este en esa ala.
-Es fácil, yo pregunto y tu respondes – dice, bajo la mirada a la mesa y comienzo a tratar de desaparecer una mancha de la madera con mi uña.
-Pero a veces no preguntas nada.
-Alice… -comienza y alzo la mirada para verlo, un destello peculiar le cruza por los ojos y en ese momento mi teléfono suena, doy un respingo y me alejo, no me había dado cuenta que me necesitaba alejarme por el bien de mi espacio personal.
Me llevo la mano a la bolsa trasera de mi pantalón y saco el teléfono.
-Bueno –digo viendo hacia el centro de la mesa.
-Ali –dice mi padre en respuesta, miro hacia la derecha esperando a que continué.
-¿Sí? – pregunto divertida por su larga pausa.
-Disculpa, hija, tu mamá quería pagar –responde con tono de reproche, sonrío aún más divertida-. Hemos acabado de cenar, te esperamos en el estacionamiento –dice y noto su sonrisa-, si quieres… si no te puedes quedar un rato…
-No, no – me apresuro a decir-, voy para allá.
-Okay, nos vemos en quince minutos, linda.
-Sí, papá.
Mi papá no tenía la costumbre de despedirse de mí, así que cuando se cortó la comunicación sin aviso, no me sorprendió.
Me quede mirando un segundo el salvapantallas de mi celular, donde estábamos Nicholas, Katherine, Daniel y yo. Katherine me abrazaba por el cuello porque la estaba cargando, mientras que Daniel me cargaba a mí y Katherine cargaba a Nicholas. Los cuatro sonreíamos y como fondo teníamos el mar abierto de Mollet de Valles, hace un año.
No he hablado con ellos desde hace mucho… que exagerada soy. Tal vez desde la noche antes de Año Nuevo. Sí, eso es mucho.
-Me tengo que ir – digo guardando el celular en el bolsillo de mi pantalón.
-Te acompaño – se ofrece Alexander.
-No, está bien, no están lejos de aquí.- Además… No quiero.
-Pero se ha hecho noche.
-Hay alumbrado público –digo y le sonrió.- Fue un gusto conocerlos – le sonrió al grupo-. Nos vemos mañana – les digo a los demás.
Camino erguida y agradecida después de salir de aquel ático demasiado enigmático, donde la reunión de amigos se comienza a convertir en sesión de ligues y de fajes, estoy segura que el jugo de arándano y de naranja se ha convertido en un rico liquido intoxicante.
No veo a nadie de quien despedirme, así que corro por las escaleras raras reparando una vez más en las puertas de los sanitarios. Al salir del café-bar, mire hacia los lados preguntándome si podía llegar antes de alguna forma. Pero como aún no estaba familiarizada con el lugar, preferí tomar el camino que había tomado con Alexander.
Camine a paso lento debajo de los forales del siglo XV, viendo como la luz ámbar le daba un destello peculiar al lugar. Escucho pasos detrás de mí pero no hago caso, no hay casi nadie por aquí… mmm… tal vez si debí dejar que alguien me acompañara.
Toman mi mano y me tenso, así que giro y golpeo con la mano abierta la mejilla de la otra persona.
-¿Ouch? –pregunta indignada, abro los ojos, es Gabriela.

miércoles, 12 de junio de 2013

Contando desde Seis II.


Esto lo extrañaría mucho.
Me quite el short y me metí al lago. Me quede flotando hasta que las manos se me hicieron de viejito y el cielo se hizo de un azul opalino. No quería salir pero tenía que regresar a casa. Me quite el traje de baño y me enrede en la toalla para secarme rápidamente, vestirme en tiempo record. Me sente debajo del arbol para ver al sol desaparecer del firmamento.
Un día más.
Camine con paso lento de regreso a la playa, escuche a un buhuo ulular y pajaros cantar antes de dormir. Ramas romperse y una absoluta oscuridad. Nada de eso me infundia miedo, como antes lo hacia.
Salí a paso normal a la arena para reintegrarme al grupo que estaba en torno a una fogata.
-¿Dónde te metiste? - pregunto Liliana.
-Quise ver el bosque - respondi sentandome a su lado.
-¿A caso nunca has visto uno? - pregunto Regina desde el otro lado.
- No, este no- dije en tono aburrido para despues sonreir.
- ¿A caso no has viajado nada?- enarque una ceja y reí-, ¿te estas riendo de mí?
- Sí- sonreí-, y sí, he viajado mucho.
Liliana me dio un golpecito en el hombro y comenzo a reir. Si, algo que deben de saber de mi, es que soy una sinica de lo peor.
Platicaron de un monton de cosas que casi no entendi, solo los chistes con los que me rei. Mis ojos vagaron un segundo entre todos ellos, Paris tenia los ojos ligeramente estrechados mientras Benjamin hablaba y ya una sonrisa en el rostros, cuando el chiste termine, este rio rapidamente.
- Estabamos en Mexico, ¡en Mexico! Y el Angel de Independencia estaba detras de nosotros y de pronto una orda enorme de gente con carteles salio de no se donde y comenzaron a gritar algo sobre el dos de Octubre, lo que haya sido, fue muy importe. Con Katya, nos quedamos petrificados, pense que las ordas que aparecian de la nada eran cosa de españoles indignados, pero se da en todos lados.
- En que epoca del año fueron? - pregunte interesada.
- ¿Creo que en Septiembre, has ido a Mexico?
- Vivi un periodo antes de regresar a Espeña, hace un año - respondi.
- O sea, ¿desde hace cuánto que estas aquí?
- En Santander, menos de un mes, llegue el primero de este mes y en España llevo dos meses, antes de eso vivi en Mexico seis meses.
- Claro, por eso escucho muchas de sus expresiones en ti.
- Su español no es tan diferente e incluso se entiende mas.
- ¿De dónde eres, entonces? - pregunto Martha.
- Soy española.
- No pareces española - nego Liliana. Ni ninguno de usted, quise decir.
- La familia de mi padre es de origen frances y la de mi madre es hungara.
- Hablas hungaro?
- Poquito, hablo frances.
- Di algo - pidio Gaby, sonriente.
- Trois tristes tigres, ils avalaient un blé,  dans trois tristes vieilleries,  dans trois tristes vieilleries,  trois tristes tigres ils avalaient un blé dans un trigal- dije mirándola directamente a los ojos, su sonrisa se fue ensanchando. Hasta que termine, es más difícil decirlo en español.
Nos levantamos de la arena porque Fernanda se quejo de estar muerta de hambre. Me levante demasiado pronto como si estuviera desesperada de salir corriendo y unos cuantos ojos me miraron sorprendidos.
Mi fuero interno se encogio de hombros, recalcandome que era noche y que debia llegar antes de las diez a casa. Le di la razon y camine por mis cosas, doble la toalla, tuve una pelea con la ropa mojada, hasta que capitulo para darle si espacio a la toalla.
Camine a paso moderado al Jeep viendo una ultima vez hacia el mar y sitiendo una briza tibia que siempre se posaba en las costas, con su olor a sal y humedo a la vez y aqui habia algo que lo hacia mucho mas fantastica. El bosque que desprendia un olor a tierra mojada y abeto, ademas del pacifico chocar de las olas contra la orilla habia un leve cantar de los grillos.
La luna y las estrellas, el mar y la arena, el bosque y los grillos. Alice y la vida esfumandose de sus manos.
Mire con tristeza el mar oscuro despues de ese pensamiento, pense en sus profundidades.... mi amor secreto. Tuve un pensamiento infantil despues de aquel amargo, que todo se veria mejor con antorchas a la orilla del mar, sería más acojedora esa playa desierta y para nada turistica.
- ¡Alice!, ¡Vamos! - grito Stephanya sonriendo cuando me gire para verla.
Comenzamos a meter las cosas que trajeron consigo los chicos que habian venido conmigo, cuando Alexander se acerco ayudando a Sophia con una pesada conjeladora que habia estado llena de refrescos en lata y vidrio. Me hice un lado pegada a la puerta para dejarle mas espacio. La dejo alado de unas bolsas que seguro traian mas o menos que la mia. La dejo con un pesado y exagerado suspiro antes de hacer sus hombros para atras, como agotado.
Lo mire con curiosidad pensando que tal vez estuvo demasido para el, debio de haber pedido ayudo... Pensé distraidamente, pero mi fuero interno me cacheteó y me recordó lo que paso hace apenas un mes, casi un mes, así que dice un paso para atrás junto con mi curiosidad.
- Alice - dijo con suavidad, todos seguían empacando y distraídos en la playa aun, solo estábamos él y yo. Dios, ahora sí creo en ti, te prometo creer en ti, pero no dejes que este hijo de... Que este supuesto "prójimo" me haga daño, ore en un segundo.
- ¿Si, Alexander? - respondí viendo y no viendo sus ojos grises, veía mas el reflejo de las estrellas en su iris. Era algo muy peculiar. Teniendo en cuenta que sus ojos eran de un gris muy intenso.
- Buenas noches- dijo, eso me sorprendió pero lo oculte tras un ceño fruncido, por alguna razón. Pero cuando se retiró después de sonreírme, de espaldas a mí, no pude evitar regresarle la sonrisa.
Los deje enfrente de un restaurante llamado: "El Capricho", que se veía colorido y acogedor.
- No bajas? - pregunto Gaby cuando no hice ademan de bajar.
- Eh... No - dije distraídamente mandando un mensaje a mi mama de que ya iba cuando note que faltaban cinco minutos para las diez-. Toque de queda a las diez - susurre después de que mi mama me respondiera: "Más te vale, Anita" estreche los ojos porque aun recordaba cuando interprete a Anita, la Huerfanita, por error.
- Okay... Bueno, supongo que nos vemos mañana - sonrió haciendo que sus ojos ardieran con algo que interprete como ansias, asentí y sonreí también, encendí el Jeep y ella se alejó.
La vi despedirse con su mano por el retrovisor, Paris se acercó el tomo de la cintura y le dio un tierno beso en la mejilla.
Sonreí ligeramente.
- Ya llegue - grite después de dejar caer mis cosas a lado de la puerta, cerrarla, aventar las llaves del Jeep al tazón de cerámica. Todas las luces de la casa estaban encendidas, lo que significaba que mi madre estaba sola y eso decía que mi padre no vendría tampoco este fin de semana.
- Pensé que eras una proyección astral, hija, disculpa no haberme dado cuenta - dijo mi mama desde la cocina, puso los ojos en blanco y sonreí caminando a saltones hasta allá. Odiaba cuando usaba mis frases contra mí.
-¿Qué haces, ma? - pregunto acercándome y viendo como revolvía pequeños trozos de duraznos y fresas en un tazón.
- Tu ensalada favorita - gira para sonreírme y entorno los ojos en sorpresa y después brillaron felices.
- ¿Qué? - pregunte, acercándome un poco más.
- Te bronceaste, linda - dijo sonriendo delicadamente, me encogí de hombros. Era agradable vivir junto al mar, no literalmente, pero si cerca, más cuando la primavera y el verano se acercaban, no tenías frio y la lluvia era agradable y casi siempre disfrutabas de un perfecto sol. Ah... Y además tenías una enorme piscina la mayoría del tiempo tibia, ¡gratis!
Mi mama se giró para seguir revolviendo la ensalada, de pronto lo dejo, se volteo levemente para tomar mi rostro entre sus manos y darme un beso en la frente, después me abrazo, estrechándome fuerte contra su pecho. Mi corazón dejo de latir rápido como un caballo a tropel, se alentó un poco y el frio hizo lo mismo.
Pase mis manos por su espalda y le devolví el abrazo cerrando los ojos un segundo.
Sé porque hace eso. Lo hace siempre, cada día antes del día del fin de mes, desde que dijeron que mi enfermedad era un virus tipo X, por lo tanto no tenía cura, ni tratamiento seguro y solo habían existido diez casos en la historia: El Virus Alice.
Lo hace cuando duda de su fe.
Me acosté, escuchando a Sheeran, recargue mi cabeza en la almohada y vi el techo con el árbol rodeado de arena dorada. Un árbol seco.
Mmm... Siempre soy consciente de ti, no tienes por qué preocuparte porque no te presto atención por un segundo. Eres el centro de ella, siempre. Pensé al sentir la fuerte punzada en el pecho que me recorrió hasta el ombligo, parecía quererme partir en dos.
Tome una pastilla azul y una capsula anaranjada de un pequeño frasco anaranjado con tapa blanca y etiqueta con letras a máquina que decía: "Virus Alice, medicamente de Prueba" y mi dirección.
Auch...
Me despertó el sonido de una licuadora, a las ocho de la mañana, de un domingo? ¿Mamá? ¿Despierta? Imposible pero bastante creíble.
Abrí los ojos precipitadamente y me levante. Fui al baño para lavar mi rostro y cepillar mis dientes. Mire mi rostro después de eso y entorne los ojos.
Verme con color. Raro. Verme con un color falso que hacia sobresalir el amarrillo verdadero. Repulsivo.
Tome aire y me controle. Nada de odiarme a mí misma hoy.
Me seque el rostro mientras hacia un mollete en mi rostro. Iba bajando las escaleras escuchando a Sky Ferreira cuando de pronto vi un par de ojos iguales a los míos viéndome muy sorprendidos al final de estos, me lance para a abrazar a mi papa ahogando un grito de sorpresa.
-Oh, mi linda niña - dijo acariciándome el cabello que se había soltado cuando lo abrace -, yo también te extrañe y a tu mama, mucho. - Recalco, le di un beso en la mejilla y el me dio uno en la frente, enarco una ceja cuando me vio desde lejos.
- No - dije, cuando supe que estaba a punto de decirme "Anita", cuando estaba bronceada se me marcaban unas pecas, que ahora nunca se me veían pero hace dos años note que regresaron un día que me broncee en Francia. Sonrió burlándose de mí.
- Iré a despertar a tu mama, ya prepare el desayuno - dijo subiendo las escaleras medio corriendo.
- ¿Pero no acabas de llegar, papá? - pregunte confundida girándome para verlo llegar al tope de las escaleras.
- Si - respondió y note la sonrisa en su voz.
De seguro hasta lavo los platos, la ropa, limpio las ventanas y cambio las flores de los jarrones.
Cuando éramos más jóvenes los tres, recuerdo que me cargaba en un canguro a su espalda mientras mama diseñaba.
- Ali, esto es la nueva era - sonreía.
- Nueva era, querida, casarse para las mujeres es conseguir sirviente gratis - sonrió al ver las ventanas perfectamente limpias.
- No es cierto - dijo mi mama caminando hasta nuestro lado, mi papa se puso de inmediato de pie, yo veía un lindo colgante de pequeños cristales que reflejaban el sol en sus centros.

Marzo 14, 2000.
- Eso no es cierto - dijo Sussan apareciendo de pronto, me puse de pie inmediatamente al verla, sonrió y sus ojos brillaron cuando la alegría los ilumino. Sonreí en respuesta. Mi corazón saldría de mi pecho para abrazarla y besarla y decirle que la amaba más que a este idiota que aún lo quiere tener atrapado en su pecho aunque ya no le pertenece.
- Ya terminaste? - pregunte parpadeando para tomar fotos de su rostro al verla caminar hacia mí.
- Papi, me podrías bajar los cristalitos - pidió Alice, la tenía a mi espalda y tiro de mi cabello para que le hiciera caso, se revolvió impaciente.
- Si, bebe - dije, anonado por mi princesa, mi hermosa princesa que tanto quería incondicionalmente como a su madre. Ellas me daban la fuerza y la energía que corría y corría dentro de mí. Me gire para bajarle los cristalitos.
- Bájame, mami - pidió estirando sus bracitos. Cuatro años y hablaba bastante bien, le fallaban las "l" cosa inusual, pero se la pasaba pronunciando palabras con "l" todo el día, entendía perfectamente que el sonido no era el correcto. Cosa aún más inusual.
Al tiempo que le baje los cristalitos, Sussan la soltó de la canturrea. Me gire y ya me extendía sus manitas.
- Si se rompen, tú no puedes recoger los restos, debes de llamarme - le dije poniéndome a su altura. Ya había roto dos y la primera vez que los rompió corto sus manitas y no paraba de llorar.
- Si, papi, lo haré - se esforzó cerrando sus enormes y expresivos  ojos un momento-, recuerdo - asintió y sonrió abriendo los ojos.
- Está bien - se lo entrego y sale corriendo hasta los otros ventanales del otro salón donde suelta la cuerda que los une y los pone contra el sol. Miro fascinado su fascinación por la luz.
Me levanto y me sorprende el beso que recibo en la comisura de los labios, giro el rostro y recibo otro en el centro.
- Sussan - susurro cuando atrapa mi rostro y vuelve a posar sus labios en los míos lentamente-. Mi hermosa Sussan - digo abrazándola por la cintura.
- Mi hermoso Fernando - sonríe-, ¿sabes que estaba pensando?
- ¿Qué? - pregunto interesado, me recorre el rostro con una mano y mi rostro se acerca a un más a su caricia.
- Que eres música.
- ¿Música?
- Si, mi dolido adolescente - sonrió de nuevo al recordar que antes de ser  novios en una ocasión me grito: "¡Adolescente dolido y descarriado y pervertido, Fontain, es lo que eres!"
- Por qué música? - pregunte parpadeando una vez.
- Si, porque yo soy poesía.
- Eso te lo dije anoche - dije bajando mi rostro hasta que mi frente toco la suya y su nariz la mia.
- Lo recuerdo- sonríe y note su rubor y la emoción en sus ojos.- Y por ello lo digo.
- ¿Por qué?
- Porque mira al hermosa oda que hemos logrado - responde y ambos giramos el rostro para ver a Alice caminando para después agacharse y colocar cristalitos en un hilera perfecta en el piso, después de colocar el ultimo se levanta y camina para sentarse a una distancia de un metro y medio de ellos, cruza la piernas y ve como poco a poco la luz de los últimos rayos del sol dar en sus cristales.
- Es muy inteligente - dice Sussan sorprendida.
- Deberíamos hacerle una prueba de IQ, ¿qué tal si es una súper dotada? - pregunto.
- Mmm... - responde y giro para ver su rostro que mira a Alice con el ceño algo fruncido. La aprieto más contra mi cuerpo y ella gira para verme.
- Tú eres una súper dotada.
- Mmm... - sonríe.
- Sussan - la regaño por sus sonidos como respuesta pero también sonrió.
- Tú también- dice y mira directamente dentro de mis ojos. Si, por eso nos conocimos, pienso feliz. - Tal vez lo sea- dice asintiendo al mismo tiempo. Giro para ver a mi hija que hora acomodado los cristales de manera distinta y veo como a ello que la luz ya casi del anochecer haga el efecto visual que la luz que pega contra ellos, sube y baja.- Bueno... No creo que haya un tal vez, ni un sea. - Dice dando entender que lo es.- Pero por el momento, solo quiero comprarle más cristales - comenta y sonrió, recarga su cabeza en mi pecho aprontando sus manos en mis brazos - y estar contigo.


Enero 30, 2011.
He acabado de desayunar y mis padres no han bajado, media hora y no han bajado. ¡Fuero interno pervertido! Pienso cuando el pensamiento que me cruzo por la mente no era... y me recorre un escalofrío por toda la espalda. Entonces lo escucho: un grito cuchichiado. Han estado peleando y ahora preferiría que estuvieran haciendo lo que mi fuero pervertido pensaba.
Miro el plato vacío y los suyos llenos  con comida fría.
Subo las escaleras y me quedo en el tope de las de madera. Siempre he tenido tendencia a torturarme escuchando sus discusiones.
- Como te atreves, Sussan!? - pregunta mi padre en un grito o sollozo ya-, ¿¡cómo te atreves a dudar de mí!?
¿A dudar de él? ¿Infidelidad?, ¿¡Mi papá!?
- Como que como me atrevo a dudar de ti, Fontain!? - pregunta mi mama y ella si solloza ya, pero también mi padre, los escucho. Mi papa golpea la pared.
- No seas tonta, mi amor - dice con una voz que le tiembla-, yo no te dejare, no.
- Tu mismo los has dicho, siempre nos ha unido ella, y tu... Cuando...
- No - ruega mi papa -, no pienses eso, ni aunque hubiera un cuando, Sussan, ¿cómo podría haber sol sin ti?
- ¿Esto es más de lo que puedes tomar, verdad? Siempre ha sido así - pregunta con un deje de decepción.
- No, no, no me hagas esto, otra vez no, ¿cómo crees que yo viviría?, ¿cómo crees que yo seguiría viviendo?
Se azota una puerta, se cierra y es golpeada con furia.
-¿¡Sussan!? - grita furioso y dolido.
- Trata de pensarlo porque habrá uno de esos dos en tu vida.
- ¡No, Sussan, por favor! -. Un sollozo. - Sussan!? - otro golpe-, si yo te amo y tú me amas, porque lo haces a pasar de que estas enojada, como existirá el segundo.
Se abre una puerta y se escucha la sorpresa.
- Y el primero!? - dice con el dolor en la voz-. ¡Fernando, niégame que el primero  existirá, dímelo, Fernando! ¡Dímelo!
- No puedo, Sussan, no puedo -. Mis ojos están desbordándose. Recargo la cabeza en la pared. Cuanto dolor genera un acto, el acto más simple en el mundo.
- ¿¡Por qué!?
- Yo tampoco quiero perderla...
- Es tu forma de retenerla le está doliendo mucho.
-¡Es la única forma que hay! ¡Es la única forma en la que la podemos conservar!
-¡No es ningún alimento para que hables de ella así! No es algo que se  esté muriendo! - se escucha el sonido de una bofetada, abro los ojos como platos y doy un respingo.- Fernando - dice con rabia.
-Lo siento, Sussan - dice en tono asustado, pero se escucha en respuesta una bofetada mucho más fuerte y después otra y después otra y una puerta azotándose nuevo.- Perdóname, Sussan, perdóname - llora su error.
- Tu forma de querer resolver todo... todo, me está agotando la fe aún más - dice después de abrir la puerta-. ¿Quieres que la tenga encerrada y que le ponga un cartel de "moribunda" en la frente? No lo hare, Fernando, quieres que la obligue a ir a un especialista por los sueños que no se atreve a hablar conmigo, tampoco lo hare.
- Es mi hija.
- ¡Y mía también! - grita con furia-, ¡es mi hija! ¡Mi hija! - remarca el "mi" demasiado, como si lo tratara de insultar con esa palabra-. ¡Y no permitiré que la mates con tus reglas! ¡Que la mates con tus medidas drásticas! ¡No lo voy a permitir!
- Pero...
-¡No! ¡Haré hasta lo imposible! - dice y se detiene-. ¡Carajo, Fernando! ¡Mírame! ¡Hare lo imposible y más, para que ella viva lo que tenga que vivir y lo que ella quiera vivir! Y si me la quita...
- Yo no te dejare...
-Pero yo sí- susurra. Frunzo el ceño… ella sí.
Me levanto porque ya he escuchado suficiente y quiero correr pero en lugar de ello sube a mi estudio. Me siento enfrente de mi piano ya con el estéreo encendido.
Un grito ahogado sale de mí como un suspiro que deja que las lágrimas toquen como mis dedos, las teclas blancas y negras mientras sigo el violín que toca haciéndome un dueto.
Brian Crain, hazme llorar.
Tocaron la puerta cuando los dedos me comenzaron a doler. Lo que significaba que debía de haber tocado sin parar por cinco horas. El que toca siempre es mi papa.
- Váyanse, por favor - dije sin alzar la vista de las teclas.
- Alice, linda - pidió mi mama. Tratando de abrir pero esta con pestillo la puerta.
- No les he dado permiso de entrar - le hice notar mientras seguía tocando algo que hundiría al barco Titanic de nuevo pero de pura tristeza y melancolía porque de que les servía de llegar a Europa en una semana, ellos solos buscarían y se estamparían contra el Iceberg-. Y he dicho que se vayan - dije en un susurro que apenas se ha escuchado.
- Sí, Alice - acepto mi papa.
- Lo siento mucho, cariño - se disculpó mi madre por haber dejado escuchar su arrebato.
Da igual.
Como a las seis me digne a salir del estudio y baje las escaleras los encontré en la escalera de cristal cambiados. La cabeza de mi mama en el hombro de papa y había una peonia rosa en el ultimo de madera, lo tome sin hacer ruido y camine a mi cuarto.
Fingí una incomodidad que realmente no sentía mientras viajábamos en coche al pueblo. Mis padres se lanzaban miradas incomodas y cómplices de un crimen inexistente. Suspire exageradamente y baje el cristal a pasar de que adentro el aire era mucho más frío y reconfortante.
La mirada de mi papa se encontró con la mía en el retrovisor y la aparto rápidamente.
- Han hecho peores escenas sobre esta tragicomedia - dije con un deje de repulsión e ironía ante su comportamiento. Eso lo deberían de pensar antes de ponerse a gritar si saben que estoy cerca. Ambos dieron un respingo en el asiento.
- Alice - llamo mi papa cuando íbamos a bajar del carro-, te compramos algo - dijo, asentí y baje del carro. Mi mama me atrapo la mano.
- Ábrelo, linda, lo vimos y pensamos en ti - dijo mama, me gire para ver a papa y me entrego una caja de terciopelo negro. La tome y la abrí sin mucho interés y sonreí a medias cuando lo vi.
Era una gota de cristal formada en un perfecto circulo y en el interior parecía tener incrustados pequeños cristales que formaron arcoíris cuando los moví para que el sol les diera. Además de eso tenía incrustado pequeñas puntas de oro arremolinándose para formar dibujos extraordinarios en su interior, había unas dos perlas diminutas por aquí y por allá rodeadas de un anillo de cobre. El cristal tenía una base de plata brillante que también le hacía de anillo.
Le secret de la perfection se trouve dans la lumière de ton regard, de ma vie- dijo mi padre en su perfecto francés, lo saque de la caja y si, ahí estaban las palabras. La cadena del círculo de cuatro centímetros de diámetro era dorada algo que le daba un toque diferente a la joya.
- Y están pretendiendo que me la ponga - adivine, mama asintió una vez.
Me coloque el collar rápidamente y sentí su peso de inmediato.
- Listo.
Mama y papa tenían planeado cenar en el pueblo y mama se estaba entreteniendo en una boutique muy vintage. Estábamos afuera de esta y mi papa sonreía cuando mama cruzaba en su campo de visión.
- No le debiste pegar - dije en un susurro, él se tensó.
- Lo sé, pero se sabe defender - sonrió con una patente melancolía-, no estoy muy seguro que más me hará para hacerme arrepentir.
Enarque dos cejas. Mama algunas veces llega a ser vengativa.
Mi papa me giro para abrazarme.
- Perdón, Alice.
- Está bien, papa - dije dándole una palmadita en la espalda. No dijeron nada que duela más de lo que puedo soportar, pero tampoco menos. Papa me suelta pero toma mi mano y la aprieta.
- Se ve hermosa cuando se enoja, ¿sabes?
-¿Cuándo se enoja? - pregunte viendo su perfil-, cuando la haces enojar- corregí, se gira y me mira sonriendo.
- Se enoja, la hago enojar, no noto la diferencia - sonríe divertido y ambos vemos a mama.
Alguien toca mi hombro suavemente y me giro para ver. Alexander Pechir.
- Hola, Alice - sonríe, mi papa también se gira y ahora su mirada muestra algo que dice: "¿Y tú quién te crees para tocarla?" Veo que Alexander mira donde mi papa sujeta mi mano.
- Hola, Alexander - y hago mi sonrisa falsa de hoy, solo para ti, Alexander, disfrútala. - Ah! ¡Sí! - digo haciendo que recordé por mí misma aunque fue papa quien me recordó lo de presentarlo cuando apretó mi mano.- Alexander, él es mi padre, Fernando Fontain - digo haciendo un ademan que va de mi papa a Alexander. Veo que de inmediato le cambia la mirada al desgraciado agresivo.- Papa, él es Alexander Pechir, un compañero del colegio. - Termino.
Mi papa extiende la mano con la que me tomaba y Alexander responde dándole su mano derecha y sonriendo.
- Mucho gusto, señor - dice Alexander. Niño rico usando modales de ricos.
- Lo mismo digo, joven - mi papa sonríe ligeramente y suelta la mano de Alexander.
- Me preguntaba si dejaría ir a Alice a tomar un café, los de su grupo estamos reunidos en un lugar cerca de aquí y... - mi papa está a punto de estrechar los ojos, pero sonríe un poco más. Me pone una mano sobre el hombro preguntándome.
- No llegare tarde - digo impulsivamente aunque es solo para que él diga que no y poder pasar tiempo con ellos, que juntos es muy rara vez que los tenga.
- Muy bien, Alice - aprueba mi papa y casi me ahogo con mis pensamientos. ¡Ash, papá! Ay, carajo... Por bocona, canta mi fuero interno.
Comienzo a caminar junto a Alexander.
- ¿Tú me sigues?
- Paranoica, ya te he dicho que no pierdo mi tiempo con niñitas - pongo los ojos en blanco y miro sobre mi hombro pero mi papa ya no está, le doy un leve puñetazo a Alexander en el hombro.
- Yo no te  hecho en cara tus defectos - digo sonriendo.
-¿Paranoica Agresiva, por qué has hecho eso? - pregunta divertido mirándome  directamente a mis ojos con una sonrisa. Le sonrió también.
-¿¡Yo agresiva!? - pregunte con un deje real de que estaba ofendida, me empuja con sus hombros. Supongo que alguien de peso normal solo se hubiera movido un poco pero yo casi me caigo, toma mi mano.
- Muy bien, Paranoica Agresiva Sin Capacidad Motriz - sonrieron sus ojos-, ahora estamos a mano.
-¿Estás jugando? Casi me dislocas el hombro - pune los ojos en blanco.
- Tu nombre resultara muy largo - dice mirando a otra parte.
-¿Y dónde están los demás? - pregunte viendo a mi alrededor.
- Ahí - respondió señalando una casa mal trecha color gris. No pude evitar reír.
-¿Pretendes que yo entre ahí? - pregunte con un deje de que no lo iba a hacer.
- No esta tan malo - respondió, comencé a negar mientras daba la vuelta y en ese momento tomo de mi mano de nuevo y jalo de ella para que correr conmigo hasta el lugar.
Dentro era todo lo que no era afuera.